EL ANUNCIO

Kennedy anuncia la iniciativa lunar (Foto: NASA)    El documento crucial fue entregado para su firma a Kennedy el 8 de mayo, rubricando con ello que América se embarcaba en una ruta tecnológica casi desconocida. La experiencia de sus astronautas apenas sumaba 15 minutos, pero el programa Mercury estaba ya en marcha y sus sucesores esperaban su turno. Asimismo, la N.A.S.A. había empezado a poner en pie la enorme estructura organizativa necesaria para llevar a buen término el mandato del Presidente. Los objetivos quedaban trazados: vuelos orbitales de la nave Apolo en 1965, circunlunares en 1967 y de aterrizaje en 1967 o 1968.

    Restaba aún algo por hacer: el anuncio a la nación, que se efectuaría el 25 de mayo. Para entonces, Kennedy habría cosechado todavía algún disgusto más: la invasión de Cuba iniciada el 17 de abril resultó ser un estrepitoso fracaso en Bahía Cochinos. Si había alguna sombra de duda en la conciencia del Presidente sobre lo que se disponían a emprender, debió quedar definitivamente disipada con este suceso.

    El mensaje de Kennedy en el Capitolio debía durar unos 47 minutos. Entre los temas que mencionaría en el discurso estaría el asunto del vuelo a la Luna. Pero incluso antes de penetrar en el Congreso, decidió hacer algunos cambios: en vez de conminar a la nación a un alunizaje en 1967, sería más apropiado hacerlo "antes de que acabara la década", un elástico margen que la N.A.S.A. casi consumiría por completo.

    Cinco fueron las solicitudes que hizo Kennedy al Congreso. En la última, pronunció las históricas palabras que han abierto este capítulo. Además, añadió: "Ningún proyecto espacial en este período será más excitante, o más impresionante, para la Humanidad, o más importante para la exploración a largo plazo del espacio, y ninguno será tan difícil o caro de llevar a la práctica. Proponemos acelerar el desarrollo de la nave lunar apropiada. Proponemos desarrollar cohetes alternativos de combustible sólido y líquido, mucho mayores que los que se están construyendo actualmente, hasta que estemos seguros de que son superiores... Proponemos fondos adicionales... para la exploración no tripulada... Pero, en el sentido más real, no será un hombre el que irá a la Luna: si aceptamos este decisión, afirmativamente, lo será toda una nación."

(Escucha el discurso de Kennedy)

(Contempla el discurso de Kennedy)

    La respuesta popular a la arenga fue apabullante, y el presupuesto de la N.A.S.A. creció como la espuma. La agencia tendría todo lo que necesitara para cumplir el mandato... pero ni un centavo más. Poco después, en 1961 y luego en 1963, Kennedy aún se atrevería a proponer a Khrushchev el viaje conjunto a la Luna, mas nunca se recibiría una respuesta clara al respecto. La desaparición del asesinado Presidente evitaría cualquier otra especulación.

    Kennedy eligió la Luna como excusa. La empresa serviría para devolver a los EE.UU. su sentimiento patriótico, su confianza en sí mismos. Además, eligiendo un objetivo relativamente lejano en el tiempo y aportando los fondos necesarios para ello, se obtendría el margen que la impresionante maquinaria industrial americana precisaba para ponerse en marcha a todo gas, maquinaria que no tenía parangón en la U.R.S.S. y que sólo podía estar destinada al éxito. Kennedy impulsó el desarrollo de su país y se aseguró al mismo tiempo un puesto en la historia.

    El mérito de la decisión, empero, no fue totalmente suyo, sino también de las maniobras políticas de Johnson, de la dedicación de la gente de la N.A.S.A. en los años previos (que pusieron delante de Kennedy, en bandeja, las opciones que necesitaba), y de tantas otras cosas que confluyeron para dar sentido al mandato. Quién sabe qué hubiera ocurrido si Kennedy hubiera vivido y conseguido la reelección. Quién sabe si, presionado por otros problemas, hubiera tenido que dar marcha atrás (el coste del programa Apolo acabó siendo muy superior al esperado). Puede que su inmediato sucesor hubiera cancelado el proyecto. Su muerte y la continuidad de Johnson otorgó a la orden presidencial una aureola de legado póstumo que debía llevarse a término a cualquier coste, y el Apolo, milagrosamente, siguió adelante.

(Escucha otras manifestaciones de Kennedy respecto a la iniciativa lunar)

    Kennedy tenía objetivos adicionales al decantarse por la Luna. Tendría por fin la oportunidad de gastar cantidades importantes de dinero en zonas del país en las que necesitaba votos para su reelección, zonas como Florida o California en las que la tecnología espacial o su relación con ella florecería imparable. ¿Oportunismo político o altos ideales? Será muy difícil para los historiadores ponerse de acuerdo sobre ello...

 

LA EUFORIA SOVIETICA

    La U.R.S.S. era el país más poderoso de la Tierra. De eso no había ninguna duda. Había logrado lo que nadie había conseguido aún. Y aquello no era todo: ¡el futuro se presentaba esplendente!

Korolev ideó en 1961 una sustancial mejora para sus naves tripuladas, basada en el sistema modular Sever (Foto: Mark Wade)    No obstante, no era posible bajar la guardia ni por un instante. Los americanos acababan de aprobar un programa que incluía cohetes y naves para el viaje tripulado a la Luna, el desarrollo de un motor para un cohete impulsado por energía nuclear, satélites de comunicaciones y meteorológicos, sondas automáticas de exploración y diversos experimentos científicos a realizar por los astronautas del Apolo.

    Para los estadounidenses era algo así como pasar de la nada al todo en sólo unos meses. Algo que implicaba duplicar el presupuesto de la N.A.S.A. en los siguientes años (20.000 millones de dólares en una década), o lo que es lo mismo, elevar las aportaciones hasta una cifra que multiplica por cuatro la que recibe la agencia hoy en día (un 5,3 por ciento del presupuesto federal en 1965). Por todo ello, Korolev no acababa de creerse el plan americano. Quizá se trataba simplemente de una maniobra política de imagen frente a sus ciudadanos. Lo propuesto, el alunizaje tripulado en menos de diez años, era una tarea tan formidable que casi parecía una broma. Demasiadas cosas debían encajar para alcanzar el éxito.

    Quien no se lo creía en absoluto era Khrushchev, no porque supiera los retos técnicos que ello suponía, sino porque consideraba a sus rivales muy lejos del potencial demostrado por la Unión Soviética.

    ¿Qué hacer, pues? ¿Dejar hacer a la N.A.S.A. y ver cómo evolucionaba su programa, o responder de inmediato con un proyecto semejante o quizá más ambicioso? Era todavía demasiado pronto para saberlo. Por ahora, Korolev prefería seguir adelante con sus propios planes. Y éstos, obviamente, no se limitaban sólo a enviar a un hombre alrededor de la Tierra.

Aspecto lateral y frontal del concepto Sever (Foto: Mark Wade)    El ingeniero jefe llamó la atención a sus superiores sobre la inexistencia de un calendario a largo plazo. Era necesario reorganizar el creciente programa espacial y montar una agencia semejante a la N.A.S.A. que dirigiera todos los esfuerzos. Khrushchev, sin embargo, hizo oídos sordos a esta propuesta y prefirió trabajar en este campo según dictaran los acontecimientos, es decir, según los intereses políticos de cada momento. Esto no hizo sino obligar a Korolev a supervisar personalmente el cada vez más diversificado programa, lo que perjudicaría gravemente su delicada salud.

    Incapaz de permanecer ocioso, y mientras resolvía los detalles que permitirían el lanzamiento del primer cosmonauta, Korolev pensaba ya en la nave que debería sustituir a las Vostok. Su visión de futuro siempre resultaría destacable.

    Por un lado, ideó la Vostok-Zh, una mejora sustancial respecto a su antecesora. El gran problema de las cápsulas 3KA era que no podían maniobrar en el espacio. Su único motor, en el pequeño módulo de servicio trasero, sólo servía para iniciar la reentrada en el momento previsto. Por eso, era necesario construir una nave mejorada con capacidad de maniobra y que pudiese realizar encuentros con otros vehículos en órbita.

    Por otro lado, el programa de modernización culminaría con un concepto totalmente nuevo, un vehículo que recibiría el nombre de Sever (Sur) y que permitiría volar incluso hacia la Luna y rodear nuestro satélite. Como próximo paso en la ya imparable exploración humana del espacio, Korolev meditaba el viaje lunar, y las nuevas naves serían su caballo de batalla.

Una primera propuesta de vehículo lunar, en la que intervienen las naves Sever y Vostok-Zh (Foto: Mark Wade)    En 1960-1961, cuando la N.A.S.A. solicitó propuestas para la configuración de la nave Apolo, el viaje a la Luna era sólo una idea indefinida que parecía tener pocas posibilidades de ser aprobada. A pesar de todo, la agencia espacial americana quería estar preparada para un eventual proyecto post-Mercury. De entre las propuestas recibidas, destacaba una perteneciente a la compañía General Electric: la nave consistía en tres módulos diferenciados y unidos entre sí (un módulo de propulsión, un módulo de descenso y un módulo de misión). Sería necesario un potente cohete Saturn para su lanzamiento. El concepto no fue finalmente seleccionado -la N.A.S.A. prefirió el de otra compañía rival, McDonnell Aircraft-, pero parece que Korolev sí se sintió atraído por él. La nave lunar soviética, desarrollada durante los siguientes años, mantendría muchas similitudes con aquel diseño americano.

 

    Korolev tenía un cohete operativo, el R-7. Se preparaba además una etapa superior para el lanzamiento de sondas hacia Venus y Marte. ¿Por qué no utilizar entonces esta combinación para enviar a un hombre en un vuelo alrededor de la Luna? Los planes del ingeniero jefe empezaron a tomar forma, consistiendo en un programa que integraba a la vez los conceptos Sever/Vostok-Zh (desarrollados definitivamente a partir de enero de 1962). Según éste, tres módulos de propulsión cargados de combustible serían puestos en órbita y unidos gracias a su maniobrabilidad a la nave denominada Sever (después rebautizada como "Soyuz"). Los tripulantes alcanzarían el tren espacial a bordo de una cápsula Vostok-Zh y serían transferidos a la Sever, en el interior de la cual realizarían el viaje a la Luna. La Sever tenía la forma precisa (de campana truncada) para soportar la reentrada atmosférica procedente de nuestro satélite, a velocidades más elevadas que las que implica el vuelo orbital.

La Soyuz-A, piedra capital sobre la que se edificaría el programa lunar soviético (Foto: Mark Wade)

La Soyuz-B, el módulo de propulsión que enviaría al sistema L-1 hacia la Luna (Foto: Mark Wade)

La Soyuz-V, el módulo de carga de combustible para el L-1 (Foto: Mark Wade)

    Este proyecto no sería finalmente seleccionado pero se metamorfosearía más adelante en otro muy parecido y más evolucionado: un sistema llamado L-1, compuesto por diversos módulos, denominados a su vez Soyuz-A (7K), B (9K) y V (11K). Todos serían satelizados de forma independiente mediante el vector 11A511 Soyuz (bautizado así en honor a su carga útil) y unidos en el espacio. En primer lugar serían lanzados el Soyuz-B -un módulo de propulsión capaz de alcanzar la velocidad de escape hacia la Luna-, y un mínimo de tres o cuatro módulos cisterna Soyuz-V cargados de combustible. Gracias a sucesivos acoplamientos, el combustible (22 toneladas) sería trasvasado a los depósitos del módulo Soyuz-B. Verificada esta operación, podría lanzarse la Soyuz-A, el equivalente al diseño de General Electric, con su tripulación a bordo (la Soyuz-A era un 50 por ciento más pequeña que su predecesora, la Sever, pero serviría para lo mismo). Una vez unida a la etapa Soyuz-B, ésta accionaría sus motores y se dirigirían hacia nuestro satélite. La nave se limitaría a sobrevolar y rodear la Luna, para regresar después a la Tierra.

El complejo L-1 (Soyuz-A/B/V) al completo (Foto: Mark Wade)

El complejo L-1 (Soyuz-A/B) en la configuración para el viaje a la Luna (Foto: Mark Wade)

    Para llevar a cabo su misión, la cosmonave 7K estaría formada a su vez por diversos módulos: uno de descenso (SA), otro de habitabilidad (BO), uno de equipos (AO), un módulo de propulsión (AO), uno conteniendo la electrónica para el encuentro espacial (NO), y por último una unidad de acoplamiento (SU). Con su masa de 5.100 kilogramos (23.000 kilogramos si contamos el 9K), podría pasar a entre 1.000 y 20.000 kilómetros de la superficie lunar, desde cuya trayectoria se tomarían fotografías y se realizarían todo tipo de mediciones científicas. Completado el viaje de no más de una semana, el módulo SA entraría en la atmósfera a 11 kilómetros por segundo, aterrizando gracias a su paracaídas.

Una nueva vista de la Soyuz-A (Foto: Mark Wade)    Fue posible concebir incluso un programa paralelo automático, sin tripulantes. Se llamaría L-2 y también utilizaría la combinación 9K/11K para dirigirse hacia la Luna. La nave 7K, sin embargo, sería sustituida por un vehículo robótico (13K) que se posaría en su superficie, liberando después una especie de vehículo móvil (rover) controlado desde la Tierra.

    Para el alunizaje tripulado, se definió el programa L-3, que contemplaba el lanzamiento de tres cohetes N-1 y un 11A511. Los tres N-1 servirían para situar en órbita las piezas de la expedición y el combustible. El primer N-1 lanzaría una etapa de inyección translunar (con una masa de 138 toneladas), una etapa de frenado para el descenso sobre la superficie y las maniobras de ajuste de trayectoria (40 toneladas), una etapa para el alunizaje suave (equipada con un tren dotado de varias patas), y otra para el ascenso (una vez abandonado el tren de aterrizaje) y la colocación en ruta hacia la Tierra. El citado alunizaje se efectuaría con precisión gracias al guiado proporcionado por un rover (todo-terreno) L-2, situado en la superficie. Los otros dos N-1 transportarían el combustible que traspasarían al vehículo lunar. Por último, el cohete 11A511 llevaría una cápsula Soyuz L-1 (7K) con la tripulación, la cual se acoplaría al complejo L-3.

La Soyuz-A o 7K (Foto: Mark Wade)

    Las propuestas de Korolev no finalizaban aquí: el proyecto L-4 serviría para situar a dos o tres cosmonautas en órbita lunar, desde donde efectuarían una misión científica. Bastaría un sólo N-1 con una etapa de inyección translunar de 58 toneladas (o tres módulos de propulsión 9KM adosados y lanzados separadamente por cohetes 11A511), así como una etapa de maniobras en órbita lunar y retorno a la Tierra. La cosmonave tripulada del L-4 sería muy parecida a la Soyuz 7K.

    Para finalizar, el programa L-5 consistiría en un vehículo móvil de 5,5 toneladas que los cosmonautas utilizarían tras posarse sobre la Luna en su nave L-3. Un cohete N-1 y una serie de etapas de aceleración y frenado lo llevarían hasta su destino.

El programa L-1 en 1963 (Foto: Mark Wade)

    El coste de la iniciativa más sencilla, la L-1, aunque lejos de los grandilocuentes planes de la N.A.S.A., era a pesar de todo grande. Por eso, Korolev, consciente de que su país había descentralizado las inversiones espaciales y que el dinero circulaba hacia muy diversos ministerios, intentó llamar la atención de algunos de ellos para conseguir su participación. Su primer objetivo fue el Ministerio de Defensa, al cual convenció con la promesa de construir una versión de la Soyuz-A para tareas militares. En concreto, se propusieron la Soyuz-P (Perekhvatchik, un interceptor espacial) y la Soyuz-R (Razvedki, reconocimiento e inteligencia).

Corte de los módulos auxiliares en el sistema L-1 (Foto: Mark Wade)

    El proyecto L-1 original fue aprobado el 10 de marzo de 1963. Sin embargo, Korolev tendría tanto trabajo que debió dejar el desarrollo de las Soyuz-B y V a otras organizaciones distintas a su OKB-1, lo que supuso su perdición. En cuanto a las Soyuz-A, P y R, los militares acabaron por ofrecer dinero sólo para financiar a estas dos últimas, con lo que el L-1 se encontró con graves problemas para avanzar. El programa Soyuz, complicado por la necesidad de varios lanzamientos consecutivos, perdería rápidamente interés ante otras propuestas que empezaron a surgir, algunas de ellas políticamente interesadas.

El complejo L-2 (Foto: Mark Wade)

El programa preliminar de alunizaje L-3 (Foto: Mark Wade)

La cosmonave L-4 para estancias alrededor de la Luna (Foto: Mark Wade)

    Como reconoció Yuri Gagarin en septiembre de 1963, en París, su país estaba realizando estudios en profundidad relacionados con el acoplamiento de astronaves en el espacio, así como sobre la transferencia de combustible de unas a otras, lo que suponía una referencia clara aunque velada al programa L-1 de Korolev. Gagarin también creía entonces que no era posible lanzar directamente hacia la Luna vehículos de gran tonelaje, pero dicha opinión sería modificada muy pronto.

El todo-terreno de la misión L-5 (Foto: Mark Wade)

    A pesar de la frustración del fracaso de su L-1, Korolev rescataría a su Soyuz para una empresa todavía más complicada que la circunvalación: el alunizaje. más