SONDAS DE SEGUNDA GENERACION

    La N.A.S.A. aceptó con decisión el reto encomendado por Kennedy, y también, por qué no, con respeto. Poco se sabía de cómo lograr este objetivo, posar a un hombre sobre la Luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra. Por fortuna, eran casi nueve los años que restaban para que venciera el plazo presidencial y la agencia dispondría de todo lo necesario, tanto material como económicamente.

La sonda definitiva Ranger (Foto: NASA)    El esfuerzo sería arduo: no sólo habría que sacar de la nada el diseño de naves tripuladas muy sofisticadas, sino también poner en pie una impresionante infraestructura de apoyo. La mitad del presupuesto de la N.A.S.A. se vería así encauzado hacia el programa Apolo, aunque buena parte del resto sería también empleado en proyectos relacionados. Por ejemplo, sería necesario desarrollar un programa de exploración lunar automática que permitiese obtener suficiente información sobre las características de nuestro satélite. Nadie sabía si su superficie podría resistir el peso de una nave espacial o si unas regiones serían mejores que otras. Todo ello debería ser clarificado durante los próximos años ya que el éxito de la empresa dependía de ello.

    La N.A.S.A. había estado preparando su propio programa de sondas lunares desde hacía mucho. Tras las decepcionantes Pioneer de primera generación (a bordo de cohetes Thor-Able, Juno-II y Atlas-Able), la agencia había decidido poner a punto cohetes más potentes y seguros, así como sondas más avanzadas que sirvieran no sólo para el vuelo a la Luna sino también hacia los planetas.

    El primer plan había sido presentado por el Jet Propulsion Laboratory en 1959. En él se contemplaba el diseño de una nueva etapa superior (Vega), la cual sería adosada a un misil Atlas. A diferencia de la Able, que utilizaba los motores de las etapas superiores del cohete Vanguard, la Vega utilizaría los de la primera fase de este mismo vector. Con el Atlas-Vega como punto de partida para los lanzamientos, el J.P.L. dio a conocer en abril de 1959 un calendario de misiones que incluía vuelos a Marte (sobrevuelo), Venus (sobrevuelo y aterrizaje) y la Luna (sobrevuelo, órbita y aterrizaje).

    Con el paso de los meses, se harían muchos cambios a este plan. Por un lado, la etapa Vega fue cancelada en favor de otra de casi idénticas prestaciones y ya disponible, construida por la Fuerza Aérea para sus misiones militares (la Agena-B). Por otro, las sondas de alunizaje usarían el Atlas-Centaur. Su etapa superior, desarrollada también por la Fuerza Aérea para su proyecto de satélite de comunicaciones Advent (finalmente abandonado), tenía más potencia y rendimiento (gracias a sus propelentes criogénicos) y podía transportar más masa hasta la superficie lunar.

    En enero de 1960, la N.A.S.A. anunció un nuevo calendario de misiones lunares e interplanetarias. Todas usarían una plataforma más o menos común. En dirección a los planetas se llamaría Mariner, y hacia nuestro satélite, Ranger. La estrategia, como se verá, resultaría fallida, ya que una sonda lunar no necesita muchas de las características técnicas de una nave interplanetaria, lo que supuso un nivel de complejidad excesivo para un programa aún inmaduro.

    Las Ranger serían construidas en varias versiones (aunque todas equipadas con cámaras de televisión): las Block I sobrevolarían la Luna, mientras que las Block II chocarían contra ella buscando imágenes cada vez más próximas (una cápsula protegida podría posarse incluso sobre la superficie).

    En mayo, la agencia estadounidense daba a conocer el resto de sus planes de exploración automática. En la vanguardia de todos ellos estaba el proyecto Surveyor, que consistía en un orbitador pensado para cartografiar la superficie lunar (Surveyor-A) y también en un vehículo capaz de posarse suavemente sobre ella (Surveyor-B).

Comparativa gráfica de las cápsulas Mercury y Gemini (Foto: Mark Wade)    Hasta abril de 1961, la N.A.S.A. batalló sin mucho éxito para conseguir los fondos necesarios que permitieran llevar a cabo dichos proyectos. Cuando Gagarin voló al espacio y Kennedy anunció que América se iba a la Luna, la situación cambió radicalmente. Todo aquello que fuese útil para el Apolo recibiría el dinero necesario para su desarrollo.

    Eufóricos, los ingenieros propusieron entonces el programa Prospector, una vehículo móvil que sería capaz de recorrer 50 kilómetros sobre la superficie, recoger muestras de rocas y llevarlas a la Tierra. Su gran coste y masa (necesitaría un cohete Saturn-I) acabarían con él hacia 1963.

    En junio de 1961, el J.P.L. añadió otras series a su calendario de sondas Ranger. Las Block III harían mayor énfasis en la toma de fotografías, y las Block IV y V, aptas para descensos controlados, empezaron a ser consideradas para el futuro.

    A la hora de la verdad, las Ranger resultaron ser una pesadilla tecnológica y cosecharon fracaso tras fracaso durante su fase inicial. El 23 de agosto de 1961, por ejemplo, un fallo en el motor de la etapa Agena impidió el envío de la número 1 hacia una órbita elíptica muy elevada (el J.P.L. había decidido probarlas a grandes distancias, pero aún ligadas a la gravedad terrestre, antes de arriesgar su misión en un vuelo directo a la Luna). Además, no pudo abrir los paneles solares y la sonda murió una vez agotada la batería. El 18 de noviembre, la Ranger-2 repitió parte de la historia. Anclada en una órbita demasiado baja, cayó pronto sobre la atmósfera.

 

PREPARANDO EL TERRENO DE LAS APOLO

    En cuanto a las astronaves tripuladas, la N.A.S.A. tuvo que enfrentarse a una serie de decisiones realmente trascendentales. ¿Cómo ir a la Luna? ¿Cuál sería el método más adecuado para lograr no ya la circunvalación sino el aterrizaje?

    Ante ello existían diversas alternativas. El programa Apolo, antes de que fuera elegido por Kennedy, había sido concebido como una misión de circunnavegación, algo relativamente sencillo en términos de propulsión. En cambio, el alunizaje requería una mucho mayor masa en ruta. Para enviar a toda esa masa podía utilizarse un cohete gigantesco (Nova), capaz de ascender directamente y hacer que su carga alunizara completa para después despegar de regreso a la Tierra. También existía la posibilidad de usar cohetes más pequeños y enviar a la órbita de nuestro planeta varios componentes, unirlos y enviarlos después hacia su objetivo. Por último, podía construirse una segunda nave especializada en el alunizaje, haciendo innecesario llevar hasta la superficie toda la maquinaria. Todas las propuestas tenían ventajas y desventajas, por lo que fueron debatidas durante semanas.

    Por fortuna, el Apolo estaba lo bastante avanzado como para recomendar convertirlo en una misión de aterrizaje. Esto evitaba su sustitución por otro programa totalmente nuevo, lo cual habría retrasado su puesta en marcha. En junio de 1961, los ingenieros concluyeron que bastaría la construcción de una etapa de propulsión de 43.000 kilogramos de peso (de los cuales el 85 por ciento corresponderían a los propelentes) para hacer viable el descenso sobre nuestro satélite. Eliminada la opción circunlunar se abandonó el desarrollo del cohete Saturn C-2 y se empezó el diseño de versiones más potentes (C-3, C-5, etcétera). El 18 de julio, los representantes de más de 300 compañías asistieron a la primera conferencia técnica sobre cómo debería ser la cápsula Apolo (Módulo de Mando) donde viajarían los astronautas.

Virgil Grissom (Foto: NASA)Grissom se entrena (Foto: NASA)

Grissom se enfunda el traje espacial (Foto: NASA)El lanzamiento de la misión MR-4 (Foto: NASA)

(Escucha el lanzamiento de la misión MR-4)

El centro de control contempla el devenir de la misión (Foto: NASA)La curvatura de la Tierra vista por Grissom (Foto: NASA)

    Mientras, el 21 de julio, Virgil I. Grissom repetía la experiencia suborbital de Shepard a bordo del Mercury-Redstone 4. El regreso fue algo accidentado, ya que una expulsión prematura de la escotilla ocasionó el hundimiento de la nave (Grissom fue rescatado en el océano). A pesar de este contratiempo, la Mercury se acercaba a su misión principal, el vuelo orbital, tarea que pondría a la N.A.S.A. a la altura de la Unión Soviética y su Vostok-1.

El amerizaje de la MR-4 (Foto: NASA)La cápsula amenaza con hundirse (Foto: NASA)

Los helicópteros tratan de rescatar la nave y el astronauta (Foto: NASA)Grissom pisa agotado el barco de las fuerzas de rescate (Foto: NASA)

Grissom describe su viaje frente a las autoridades de la NASA y los periodistas (Foto: NASA)

    En agosto, la empresa McDonnell presentó a la agencia estadounidense el plan definitivo del sucesor de la Mercury, la Mark II, también llamada Gemini. Preparada para dos tripulantes y equipada con un módulo de propulsión, tendría un diseño superior al de su antecesora y una mayor maniobrabilidad. También permitiría completar misiones mucho más largas que las Mercury, practicar el acoplamiento orbital, realizar paseos espaciales, etcétera. Con ella, la N.A.S.A. dispondría de un vehículo intermedio que serviría como banco de pruebas para disminuir el riesgo que suponía pasar de una nave relativamente sencilla como la Mercury a la muy sofisticada Apolo.

 

    El calendario emitido el 14 de agosto de 1961 mostraba 14 vuelos Gemini. Varios de ellos debían ensayar acoplamientos con vehículos Agena, mientras que los cuatro últimos contemplaban la unión con etapas Centaur. Tan flexible era su diseño que en marzo de 1965 se propuso enviar a dos hombres alrededor de la Luna mediante una combinación Gemini/Centaur.

    Tampoco se descartaron mayores empresas para la que debía ser sólo una astronave de transición. Sus constructores se atrevieron a proponer un alunizaje tripulado cuyo coste sería 1/20 del que tendría el mastodóntico Apolo. Esta opción consistía en el uso de un Saturn C-3, una cápsula Gemini y un vehículo específico de descenso no presurizado. El alunizaje podría lograrse en enero de 1966...

De arriba a abajo, la Gemini junto a una etapa Agena, junto a una Centaur, y en una combinación mixta para el viaje lunar (Foto: Mark Wade)

    Por supuesto, la N.A.S.A. se negó en redondo a un plan de este tipo, en parte porque era muy arriesgado, y también porque ponía en peligro la misma existencia del programa Apolo. Sin embargo, la metodología (la utilización de un vehículo de descenso especializado) sobreviviría, convirtiéndose en la piedra capital del éxito del Apolo.

El vehículo de alunizaje propuesto para una Gemini (Foto: McDonnell Douglas)

    A pesar de la negativa de utilizar a las Gemini en dirección a la Luna, el plan no fue enterrado. Cuando se decidió en 1964 que las Apolo no serían probadas sobre cohetes Saturn-I, se sugirió lanzar una Gemini sobre uno de ellos hacia nuestro satélite. Esto serviría para cubrir la larga pausa entre la finalización de sus vuelos orbitales y el inicio de las misiones Apolo, y también como alternativa en caso de que los retrasos con el Apolo y los avances de los soviéticos pusieran en peligro el objetivo de la carrera tripulada lunar. Dejando de lado al Saturn, en 1965 se propuso usar un cohete Titan-IIIC equipado con dos etapas Transtage, que posteriormente se uniría a una Gemini lanzada en un Titan-II.

Traje lunar ideado para la nave Gemini (Foto: US Air Force)

    La N.A.S.A. acabó decidiendo que el dinero necesario para todo lo anterior tendría un destino más provechoso si se empleaba en la aceleración del programa Apolo... más