CAPITULO 3
APROVECHANDO LA VENTAJA

 

"Los científicos tratan de hacer posible lo imposible.
Los políticos, a menudo, se afanan en hacer imposible lo posible".

-Bertrand Russell (1872-1970).

 

El emblema del legendario programa Apolo (Foto: NASA)    "Creo que esta nación debería comprometerse a alcanzar el objetivo, antes de que finalice esta década, de hacer aterrizar a un hombre en la Luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra". (Congreso de los EE.UU., 25 de mayo de 1961).

(Escucha este fragmento del discurso de Kennedy)

    La historia se escribe con frases, pero también con hechos. John F. Kennedy consiguió ambos objetivos con estas simples y a la vez trascendentales palabras. América se disponía a dirimir una nueva batalla política, económica y militar en un escenario que jamás hubiera imaginado: el espacio.

    Pero, ¿fue realmente Kennedy quien tomó la decisión de volar a la Luna, fue él quién originó el concepto haciéndolo el eje de sus esfuerzos por igualar e incluso superar a los soviéticos? ¿Puede otorgársele en exclusiva el honor histórico, la inspiración de tal propuesta?

    La documentación que ha llegado hasta nosotros en forma de artículos y libros así parecía sugerirlo. Sin embargo, la reciente desclasificación de documentos pertenecientes a este período recomienda hacer algunas matizaciones. Lo único cierto es que Kennedy ya no está entre nosotros para explicar los motivos reales que le condujeron a tomar tan importante decisión y quizá sea esto lo que ha fomentado una sola versión de los hechos y su nebulosa mitificación en diversos ámbitos académicos.

    En realidad, después de examinar más concienzudamente los últimos datos, deberemos concluir que Kennedy no tenía un conocimiento exacto del potencial del programa espacial de su país y que, aunque tenía un cierto interés por la cuestión, siempre deseó una manera más sencilla y menos arriesgada de enfrentarse a los soviéticos.

LA N.A.S.A. Y SU OBJETIVO PRIORITARIO

    La agencia norteamericana se había hecho cargo pronto de los retos planteados por la naciente dominación soviética: el hombre en el espacio (proyecto Mercury), vuelos no tripulados a la Luna (sondas Pioneer), e innumerables programas de aplicaciones (meteorología, comunicaciones, geodesia...). Éstos eran objetivos a corto plazo, pero también existían otros a medio y largo que la agencia estudió con detenimiento en el período 1959-1960. Entre ellos destacaba una estación espacial, un aterrizaje tripulado sobre la Luna y el vuelo del Hombre a Marte o Venus. Si no todos, algunos de ellos, a un ritmo más o menos lento, debían ser emprendidos durante la próxima década.

El motor F-1 sería un importante salto adelante en términos de propulsión (Foto: NASA)    A estas y otras conclusiones llegó (25-26 de mayo de 1959) el famoso "Research Steering Committee on Manned Spaceflight", también denominado Comité Goett, cuya meta principal fue examinar las opciones futuras en este campo y recomendar el camino a seguir.

    Si bien el citado comité no asignó al alunizaje la más alta prioridad, sí le dio la suficiente importancia (después de la estación espacial y la exploración lunar automática) como para que la agencia iniciara estudios acerca de su viabilidad. Al mismo tiempo, se decidió que, tras el programa Mercury, los vuelos tripulados continuarían siendo balísticos y no mediante naves aladas reutilizables. Su costo económico y su difícil desarrollo retrasaría su puesta en práctica más tiempo del que la naciente competición con la U.R.S.S. parecía aconsejar.

    En posteriores reuniones, la N.A.S.A. fue informada de los nuevos cohetes que estaban siendo diseñados por el Departamento de Defensa, entre ellos el Saturn y el motor de gran empuje llamado F-1. Ambos, como ya se ha dicho en el capítulo anterior, serían transferidos a la agencia por su idoneidad para el alunizaje. Poco después, el 12 de agosto de 1959, la idea de enviar hombres a la Luna tomó cuerpo con mayor vigor, resultando en la adopción de una nave capaz de transportar tres astronautas y que más adelante sería bautizada como Apolo. El mismo grupo consideró viable la circunnavegación o un aterrizaje sobre nuestro satélite hacia 1970.

    De esta manera, poco a poco, germinó y creció la idea de que el viaje lunar sería indefectiblemente la próxima gran meta después del Mercury. Sólo quedaba algo por hacer, y algo no poco importante: convencer a los políticos de que una aventura semejante, cuyo coste era considerable, valía realmente la pena. En busca de múltiples razones para persuadir al Congreso, una reunión celebrada en el Jet Propulsion Laboratory el 2 de octubre de 1959 permitió concluir que depositar a un americano en la Luna sería el único programa espectacular que podía superar lo que estaban haciendo los rusos y que éstos, probablemente, serían incapaces de igualar.

Von Braun sería transferido a la N.A.S.A. con todo su equipo, y con ellos, el Saturn (Foto: NASA)    Las subsiguientes reuniones del Comité Goett definieron cada vez con mayor precisión las características de la propuesta, tanto a nivel técnico como presupuestario, y a finales de 1959 quedó claro que era factible. Convencer a la Casa Blanca sería el mayor reto a partir de ese momento.

    En ella presidía, en su último año, Dwight Eisenhower, uno de los máximos responsables de que América empezara la carrera espacial en última posición. Eisenhower nunca había encontrado demasiado mérito en la exploración espacial y sólo el desproporcionado impacto del Sputnik-1 le hizo recapacitar y acelerar el lanzamiento del primer satélite norteamericano. Su intención, además, era la paulatina desaparición de los vuelos tripulados después del programa Mercury, a los que consideraba poco útiles.

    Mientras, la N.A.S.A. mantenía su objetivo de "colonizar" Selene, primero con vuelos circunlunares antes de acabar la década de los 60 y después, en la siguiente, con el aterrizaje. El plan fue presentado en enero de 1960 y declarado programa de alta prioridad por el subcomité pertinente, así como candidato a ser presentado ante el Congreso durante los siguientes meses.

    A mediados de 1960, la N.A.S.A. estaba tan decidida a emprender este camino que pidió propuestas a la industria privada para otorgar más adelante los contratos que posibilitasen la construcción de la cápsula Apolo, nombre seleccionado en enero de ese mismo año. La nave podría girar alrededor de la Tierra durante períodos prolongados, así como rodear la Luna gracias al cohete Saturn y, después de 1970, posibilitar el alunizaje. Antes de acabar el año, varias compañías trabajaban en el pre-proyecto, que consistía en una nave de no más de 6.800 kilogramos, compatible con el lanzador Saturn C-2 y pensada para una misión de 14 días para tres tripulantes alrededor de la Luna.

    Un comité encabezado por George Low y organizado en el seno de la misma N.A.S.A. se encargaría de coordinar el programa durante esta fase preliminar. En una fecha tan temprana como el 5 de enero de 1961, se daba a conocer el posible plan de vuelos, incluyendo viajes orbitales en 1965 (Apolo-A), circunlunares en 1966 (Apolo-B) y el alunizaje a partir del 4 de julio de 1967. Esta última fecha no fue elegida al azar: los rusos probablemente querrían celebrar su 50º aniversario de la Revolución de Octubre con algo espectacular, y éste podría ser uno de sus objetivos. El mismo efecto propagandístico podrían obtener los americanos alunizando el 4 de julio, Día de la Independencia. Posteriores estudios hicieron ver la gran dificultad de llevar a cabo una idea tan compleja en tan poco tiempo (idea que ni siquiera había sido refrendada todavía por el Congreso), de modo que el Comité Low prefirió retrasar un año cada una de las metas delineadas, con un aterrizaje lunar hacia 1968-1969.

    La nave Apolo supondría un gran avance respecto a la primitiva Mercury, de modo que el 1 de febrero se decidió desarrollar una versión un poco más sofisticada de esta última (Mercury Mark II, más adelante llamada Gemini) que permitiera probar muchas de las técnicas y la tecnología necesaria para el programa Apolo.

El administrador de la N.A.S.A., James Webb, debería encabezar la organización del vuelo lunar (Foto: NASA)    Para entonces, Kennedy se hallaba totalmente inmerso en su carrera presidencial. Hombre de gran inteligencia, había basado parte de su estrategia electoral en poner de manifiesto el anquilosamiento de la anterior administración, la cual se dejó arrebatar el liderazgo mundial en diversas facetas, incluido el espacio. Precisamente, como candidato, Kennedy fue bien informado sobre diversos aspectos de la defensa nacional así como del programa espacial americano. De este modo, mientras Nixon, su rival, no hizo propuestas concretas sobre este último aspecto, Kennedy apostó por impulsar el avance de su nación hacia una "Nueva Frontera".

    Si bien las reuniones con la C.I.A. dejaron bien claro que no había realmente un desequilibrio misilístico entre los EE.UU. y la U.R.S.S. (tal y como los satélites espía de la serie Corona parecían indicar), y que las primicias espaciales de esta última eran sólo una banal demostración de fuerza de sus capacidades, Kennedy insistió en acelerar los programas de despliegue de misiles e impulsar las propuestas espaciales domésticas para no caer otra vez en el ridículo del Sputnik. Su estrategia era demandar una nación más dinámica en contraste con su antecesor, una táctica que le reportó muchos votos. En realidad, tenía pocas intenciones de invertir en el espacio... (aunque sí en programas de misiles).

    Una vez en el poder, Kennedy cayó en los mismos errores que Eisenhower. Presionado desde muchos puntos de vista, en una era de recesión y crisis, tanto política como económica y social, no aceptó incrementar el 22 de marzo los presupuestos de la N.A.S.A. para 1962 que debían ser adjudicados al Apolo. Después del Mercury se iría a la Luna, sí, pero a un ritmo lento y pausado, sin compromisos ni obligaciones. Su actuación, posteriormente, fue criticada de forma amplia: al menos en el Cosmos, la brecha con los soviéticos no se cerraba (faltando a las promesas electorales), y se temía un inmediato golpe de efecto por parte de éstos. Algo así ocurrió el 25 de marzo, cuando los ingenieros rusos lanzaron una cápsula con animales a bordo y la recuperaron. Su próximo paso era evidente.

La familia de naves espaciales americanas (Foto: NASA)

    Muchas cosas cambiaron cuando, el 12 de abril de 1961, colocaron a Gagarin en órbita. Kennedy ya había sido informado con antelación sobre ello: sus asesores habían seguido puntualmente los vuelos preparatorios efectuados durante los meses anteriores y se esperaba un lanzamiento para antes del día 15, de manera que el suceso no le causó una especial sorpresa.

 

COMO RESPONDER

    El impacto del vuelo de Gagarin fue semejante al del Sputnik-1, aunque no tan inesperado. El propio Kennedy se había encargado de advertirlo en sus conferencias de prensa, pero a la hora de la verdad, no actuó con la debida celeridad. Por un lado, no estaba claro si el programa Mercury respondería a las expectativas y si no era demasiado arriesgado para los astronautas. Por otro, el Presidente no acababa de ver al Congreso lo bastante receptivo como para invertir grandes sumas de dinero en un plan de choque.

    Khrushchev se encargó, en parte, de allanar el camino: hablando por teléfono con Gagarin, le dijo: "dejemos que los países capitalistas nos alcancen". La confianza en su superioridad era brutal, y recordaba a la oferta que con ironía hizo al pueblo estadounidense durante el desastre del primer satélite Vanguard, en 1957. Khrushchev explotó todos y cada uno de los resortes de propaganda política que la gran hazaña podía reportarle.

    Kennedy no tenía muy claro cómo responder a todo ello, pero al menos le hizo dedicar toda su atención al problema. Al principio, antes de Gagarin, deseaba encontrar algo que sirviera para combatir a los soviéticos aquí mismo, en la Tierra. El espacio era un lugar peligroso y cualquier aventura con final desgraciado podía resultar contraproducente, además de muy cara. Por eso, si hubiera existido la posibilidad de emprender algo espectacular fuera del espacio, como desalinizar el agua del mar, lo hubiera hecho. Pero las consultas a su asesor científico, Jerome Wiesner, no sirvieron de nada.

    Kennedy se veía abocado a encontrar un objetivo lo bastante atrevido como para que los soviéticos no fuesen capaces de lograrlo antes que ellos. Y nada era tan dramático como "la odisea cósmica". Si se quería combatir a los rusos, había que hacerlo con su propia arma y en su propio terreno...

    El viaje de Gagarin y las impertinencias de Khrushchev eran lo que había estado esperando. Todas sus iniciativas podían haber sido contestadas en el Congreso anteriormente. Ahora, en cambio, existía un motivo poderoso para ponerse en marcha, para poner en funcionamiento a la nación, tal y como había prometido en su campaña electoral. Eisenhower había tenido una oportunidad así con el Sputnik, pero no había reaccionado de manera adecuada. Kennedy tenía por fin el resorte preciso para encontrar su lugar en la historia.

Alan Shepard (Foto: NASA)Shepard pasa las pertinentes revisiones médicas (Foto: NASA)

El lanzamiento de la misión MR-3 (Foto: NASA)La Tierra desde el apogeo de la MR-3 (Foto: NASA)

(Escucha el lanzamiento de la misión MR-3)

Alan Shepard es rescatado del océano (Foto: NASA)La prensa acecha al recién llegado viajero (Foto: NASA)

    Para empezar, reunió a sus consejeros y a los dos principales hombres de la N.A.S.A., su administrador, James Webb, y el responsable del área científica, Hugh Dryden, el 14 de abril. También asistió un miembro de la prensa, Hugh Sidey, de la revista Life, quien se encargaría de publicar con todo detalle lo ocurrido aquel día. La gente de la agencia espacial ya había estado pocas semanas atrás en el Capitolio para hablar de sus proyectos de futuro con el Vicepresidente Johnson, pero a pesar del conocido entusiasmo de éste por la aventura espacial (un golpe de fortuna para la N.A.S.A.), la política de Kennedy no parecía incluir todavía fondos para todo ello. Ahora, las cosas habían cambiado drásticamente. La reunión con el Presidente fue crucial. Alterado por la trascendencia de su cercana decisión, inquirió repetidamente a sus invitados sobre qué podría hacerse para superar a los soviéticos, ya fuera un vuelo tripulado circunlunar, el alunizaje o la instalación de una colonia. Su mayor inquietud, al mismo tiempo, era el coste de tal iniciativa: cualquier empresa lo bastante compleja pondría a los soviéticos fuera de la lucha, pero podría poner también fuera de combate a los propios americanos.

    Según Sidey, el Presidente no se cansaba de repetir: "El coste, eso es lo que me preocupa". Para Wiesner, en cambio, no era "el momento de cometer equivocaciones". Por último, Kennedy dijo: "Cuando sepamos más, podré decidir si vale la pena o no. Si alguien pudiera decirme cómo alcanzarles... Encontremos a alguien, a cualquiera, no me importa si es el bedel de ahí fuera, si sabe cómo. No hay nada más importante".

    Curiosamente, el coste no era lo que más incomodaba a David Bell, el Jefe del Budget Bureau: para reactivar la economía del país, Kennedy se vería obligado, antes o después, a dedicar importantes sumas para crear puestos de trabajo. Por otro lado, el desequilibrio misilístico había demostrado ser inexistente, de manera que una parte del dinero inicialmente reservado para los grandes programas de construcción armamentística podría ser empleado para la iniciativa espacial.

 

    Finalizada la reunión, la decisión estaba cerca. La N.A.S.A. ya había informado a Johnson y a Ted Sorensen, un consejero especial de Kennedy, de sus intenciones de aterrizar en la Luna y de construir bases científicas. Cuando Sorensen y el Presidente se encerraron en el despacho oval (durante apenas cinco minutos), este último dio el visto bueno al plan de la agencia... pero sin las bases ni las colonias lunares. Las declaraciones privadas de Sorensen, "nos vamos a la Luna", no dejan lugar a dudas: si Kennedy no encontraba otra solución en un breve plazo de tiempo, la decisión estaba tomada.

Shepard y su cápsula, a salvo (Foto: NASA)El baño de multitudes (Foto: NASA)

    Hombre previsor, el Presidente pidió por escrito a su Vicepresidente, con fecha 20 de abril, la realización de un estudio que examinara todas las alternativas posibles. Kennedy no quería dejar ninguna piedra sin levantar. La respuesta de Johnson, ocho días más tarde, confirmaba que el alunizaje era la mejor (sino la única) opción mínima capaz de superar a los soviéticos en el Cosmos. Incluso con ella, las opciones estimadas de éxito no superaban el 50 por ciento. Para un proyecto que algunos creían iba a costar 40.000 millones de dólares, el riesgo era considerable. Sobre todo si tenemos en cuenta que eso significaba dar 6.000 millones al año a la N.A.S.A., seis veces más de lo que había recibido hasta entonces (y una agencia que ni siquiera había lanzado a su primer hombre al espacio). El mayor riesgo, sin embargo, provenía de que la carrera espacial era un ente abierto, a diferencia del proyecto Manhattan, y que todo lo que ocurriera alrededor de ella en los EE.UU. sería conocido, alabado y criticado.

    Ahora sólo quedaba (una vez más) convencer al Congreso, obtener su respaldo y, con ello, el de toda la nación. Para eso, Kennedy ordenó a Johnson la convergencia de todas las partes, Pentágono, Cámara de Representantes y Senado. El Vicepresidente, empleando sus amplias dotes de persuasión, puso de acuerdo a los convencidos y a los no tan convencidos e hizo trabajar a la gente de la N.A.S.A. y a otros asesores en la redacción del documento definitivo en el que se instaría a la aceleración del programa espacial. Durante este tiempo, los EE.UU. realizaron su primer vuelo tripulado: Alan Shepard fue lanzado en misión balística suborbital el 5 de mayo. El Mercury Redstone-3 voló como todos esperaban, demostrando que, a pesar de todo, la masa crítica para el éxito se encontraba en las manos del pueblo estadounidense. El gran éxito del viaje confirmaba la buena posición de la N.A.S.A. para emprender el siguiente paso: la Luna. más

Kennedy felicita a Shepard (Foto: NASA)La condecoración (Foto: NASA)