UN ULTIMO VISTAZO

    En mayo de 1974, justo en el momento en que Glushko sustituía a Mishin y a otros miembros de la vieja guardia, el programa de exploración automática de nuestro satélite aún continuaba configurado para apoyar las futuras iniciativas que implicaban la presencia de hombres en su superficie.

    Así, el 29 de mayo, despegaba desde Baikonur una nueva sonda E-8LS cuyo objetivo sería intentar completar el trabajo realizado por el Luna-19. La sonda número 206 fue llevada hacia Selene por el habitual vector 8K82K/D (282-02), y el 2 de junio, frenaba su veloz carrera para quedar atrapada en el campo gravitatorio lunar.

La superficie lunar, vista desde un vehículo soviético Luna (Foto: Mark Wade)    Su órbita, circular y a unos 220 kilómetros de altitud, estaría inclinada casi 20 grados sobre el ecuador, una trayectoria que sobrevolaría casi exclusivamente la banda ecuatorial del satélite. Una semana después de la inserción, el motor de maniobra instalado a bordo fue encendido para modificar la órbita hasta los 25 por 244 kilómetros. La nave, sin embargo, no pretendía prepararse para aterrizar, sino acercarse a la superficie para obtener durante unos días gran cantidad de fotografías de alta resolución.

    El 13 de junio, el motor del Luna-22 fue de nuevo encendido para incrementar la altitud hasta los 181 por 299 kilómetros, proporcionando una trayectoria estable desde la cual realizar durante varios meses complejas mediciones de los campos magnético y gravitatorio. También se evaluaron la actividad meteórica y la radiación solar.

    No fue ésta la última órbita operativa del Luna-22. Un mínimo de cuatro modificaciones más se llevaron a cabo entre noviembre de 1974 y agosto de 1975. La fiable autonomía de las sondas permitía extender de forma considerable su vida activa.

    Después de 15 meses de movimientos y observaciones, la reserva de combustible almacenada en los depósitos quedó agotada y la nave, que había desempeñado sus funciones incluso durante la llegada del Luna-23, fue declarada fuera de servicio.

    Los trabajos cartográficos del Luna-22 no podrían ser utilizados para el programa tripulado N-1/L-3, como sabemos. Los planes de Glushko eran más a largo plazo, de modo que el programa de exploración automática y la superior supervivencia de los actuales vehículos provocó un reordenamiento de la misiones futuras.

    Las próximas, en efecto, se limitarían a emplear vehículos ya construidos y a intentar equilibrar la cantidad de material traído a la Tierra por los americanos (varios kilogramos) respecto a los soviéticos (apenas unos gramos).

    El Luna-23, por tanto, sería un recolector de muestras cuyo despegue se efectuó desde Baikonur el 28 de octubre de 1974. La sonda número 410 era una versión mejorada (E-8-5M) de las que habían sido empleadas hasta entonces para esta tarea.

    La nave, que utilizó un cohete Proton 8K82K/D (285-1), alcanzó la Luna el 2 de noviembre. Su órbita (104 por 94 kilómetros), tendría una inclinación adecuada para sobrevolar de forma repetitiva el punto escogido para el alunizaje. Un par de días después, encendió su motor de maniobra y redujo el periastro hasta obtener una altitud de 17 por 105 kilómetros, preparándose para el descenso final. Realizadas las últimas verificaciones, accionó el retrocohete.

Una sonda de recogida de muestras (Foto: MM)    El Luna-23 tomaría contacto con la superficie durante las primeras horas del 6 de noviembre. Siguiendo el plan de vuelo, el brazo manipulador fue inmediatamente situado en posición de trabajo. El sistema había sido modificado para poder refrigerar la broca durante la fase de taladro y para almacenar de la forma más compacta posible el material extraído a 2 metros de profundidad.

    Por desgracia, el sistema de perforación se negó a funcionar. Los controladores trataron de solucionar el problema, pero el intento tuvo que ser pronto abandonado. Había sido dañado inadvertidamente durante el impacto posterior al descenso.

    El aterrizaje, al sur del Mare Crisium, había pretendido llevar a cabo la misión que el Luna-15 jamás pudo desempeñar. Perdidas las esperanzas, se trazó un plan de contingencia que intentase aprovechar la circunstancia de tener a una nave bajo control sobre la inhóspita superficie. No obstante, el limitado número de instrumentos que se hallaban a bordo impidió realizar investigaciones significativas, con lo que la misión se dio por terminada de forma oficial el 9 de noviembre. Sólo unas pocas fotografías de los alrededores habían podido ser devueltas a la Tierra. Escaso bagaje para un viaje tan costoso.

    El golpe, tanto moral como técnico y económico, retrasaría sustancialmente el próximo vuelo. Una completa revisión de lo sucedido clarificaría las causas que habían producido el incidente, pero otros imponderables amenazarían a la siguiente misión.

    En efecto, el lanzamiento se produciría el 16 de octubre de 1975 (E-8-5M número 412), mas esto es casi todo lo que sabemos de él. Después de varios años de aparente fiabilidad, el Proton volvía a ser el responsable de la pérdida de una sonda lunar. La etapa Bloque D del vector 8K82K (287-02) falló en su primer impulso de alcanzar la órbita terrestre y el vehículo reingresó en la atmósfera.

    Transcurrieron otros diez meses, casi un año de planes frustrados, de investigaciones, de falta de disponibilidad de cohetes Proton, de cambio de objetivos... El programa soviético tendría que enfrentarse a una situación semejante a la que se encontró la N.A.S.A. una vez finalizado el proyecto Apolo.

    Toda una época crucial quedaba atrás cuando el último Luna fue instalado en la rampa de lanzamiento. Su meta volvía a ser el Mare Crisium, una zona tan evasiva como interesante para los especialistas.

Escudo conmemorativo de la misión Luna-24 (Foto: MM)    El despegue del Luna-24 (E-8-5M número 413) se llevó a cabo el 9 de agosto de 1976. Esta vez, su cohete 8K82K/D (288-02) se comportó bien y cinco días más tarde la sonda se encontraba girando alrededor de nuestro satélite. La órbita adquirida en primera instancia resultó ser circular (115 kilómetros) e inclinada 120 grados sobre el ecuador. El paso siguiente sería modificar de forma paulatina la trayectoria de la nave hasta alcanzar la altura previa al descenso (120 por 12 kilómetros).

    Este hecho sucedió muy pronto y el 18 de agosto el Luna-24 tomaba contacto con la superficie, en un punto situado a apenas 2 kilómetros de donde se encontraba, mudo, el Luna-23. Se había seleccionado una zona cercana a un cráter (a menos de 17 kilómetros), lo que permitiría disponer del material que fue expulsado durante su formación.

    Después de los problemas encontrados durante la anterior oportunidad, la nave había sido equipada con un brazo recolector de muestras modificado y reforzado. El sistema perforador se las ingenió para introducir una sonda de extracción hasta los 2 metros de profundidad, recogiendo una modesta cantidad de rocas y polvo triturados. Los 170 gramos de la muestra fueron prensados e introducidos sin demora en la cápsula de retorno. La esfera fue sellada y preparada para el despegue.

    El 19 de agosto, una auténtica cosmonave en miniatura partía usando la etapa de alunizaje como plataforma de lanzamiento. Tres días después, la cápsula abandonaba su módulo propulsor e iniciaba la fase de descenso atmosférico. Acabado el frenado aerodinámico, la pequeña y esférica nave redujo aún más su velocidad gracias a los paracaídas, impactando a unos 200 kilómetros al sudoeste de la ciudad de Surgat, una zona muy alejada de los habituales puntos de recogida. Con toda probabilidad, una ligera desviación de la trayectoria de reentrada se había traducido en un error de varios cientos de kilómetros en el punto de rescate.

Dibujo de una sonda E-8-5 sobre la Luna (Foto: MM)    Las autoridades soviéticas anunciaron que las muestras serían enviadas para su análisis a la planta de tratamiento instalada en Moscú, en el Instituto de Geoquímica y Química Analítica de Verwadsky. Los primeros resultados del examen preliminar establecieron que el material traído hasta la Tierra por el Luna-24 mostraba una apariencia muy interesante: como si se hubiese depositado de forma continuada y sucesiva, la sustancia se veía claramente estructurada en diferentes capas. La dinámica de las muestras era algo distinta a todo lo estudiado hasta entonces. Utilizando técnicas de espectroscopía y análisis mediante rayos-X se llegarían a detectar más de 60 elementos químicos distintos. Unos 6 gramos fueron donados a científicos americanos, en retorno a una costumbre similar llevada a cabo por éstos durante las misiones Apolo.

    El módulo de descenso del Luna-24, en el lejano Mare Crisium, continuó realizando mediciones de su entorno y enviándolas a la Tierra durante un tiempo indeterminado. Debido al inevitable agotamiento de sus baterías, el ingenio no debió tardar en callar para siempre.

    Sólo tres sondas Luna consiguieron devolver con éxito sus muestras a la Tierra. Mientras el proyecto Apolo había sido capaz de traer 380 kilogramos de rocas, las primeras sólo pudieron hacer lo propio con 323 gramos, en su mayor parte polvo desmenuzado de difícil manipulación, una cantidad muy inferior a la que quedó pegada a las botas y los trajes de los astronautas americanos.

    Con este útil pero contradictorio bagaje, finalizaban las actividades de una saga plagada de primicias que, habiendo debutado a finales de los años Cincuenta, había conseguido galvanizar la atención mundial. Todas las propuestas de continuidad fueron paulatinamente desechadas. Sólo un vago proyecto de orbitador polar y un recolector de muestras de nueva generación que debería viajar a la cara oculta permanecerían en los planes soviéticos hasta bien entrados los años Ochenta. La desaparición de la U.R.S.S. y el enrarecido clima económico de las repúblicas independientes que surgieron de su desintegración diluiría por completo cualquier posibilidad de llevarlos a la práctica, dejando en manos de una hipotética colaboración internacional la resurrección de esta inolvidable serie.