PONIENDO REMEDIO

Uno de los cosmonautas se entrena en la cápsula de una nave Zond/L-1(Foto: Mark Wade)    La muerte de Grissom y su tripulación había embarcado a la N.A.S.A. en una completa redefinición de su cápsula Apolo. Ésta ya no sería ocupada por astronautas hasta octubre de 1968 (Apolo-7). Por su parte, la U.R.S.S. no tenía intención de dejar pasar tanto tiempo, aunque éste finalmente transcurriría imparable.

    Para evitar perderlo en demasía, y mientras los ingenieros se ocupaban de resolver los problemas técnicos que afectaban a la Soyuz y a la L-1, se decidió volver a dividir el grupo de cosmonautas que se estaban preparando para pilotarlas. Además, Gagarin, cuya figura y carisma resultaban cada día más necesarios, volvió a ser retirado del servicio activo. El vuelo espacial era peligroso y este hombre sería mucho más útil como portavoz ante el mundo que como viajero espacial. No sabemos cómo debió encajar Yuri la noticia pero es indudable que su personalidad estaba forjada en la cantera de los responsables y que debía saber mejor que nadie cuál era el valor político y social de su figura.

    Se hicieron diversos cambios en el grupo de cosmonautas, como hemos dicho: Bykovsky, Grechko, Leonov, Makarov, Nikolayev, Rukavishnikov y Sevastyanov continuaron en el grupo del viaje circunlunar; se canceló el programa 7K-VI (Soyuz militar) y dos de sus integrantes, Artyukhin y Popovich, se unieron al equipo anterior. Por su parte, Gubarev y Gulyayev entraron a formar parte del programa de estaciones militares Almaz, y Klimuk, Voloshin y Voronov fueron enviados a unirse al grupo de Leonov.

    Para el programa 7K-OK (Soyuz orbital), se seleccionó a Beregovoi, Filipchenko, Gorbatko, Khrunov, Kubasov, Kuklin, Shatalov, Shonin, Volkov, Volynov y Yeliseyev. Se les unieron más adelante Nikolayev y Grechko.

    Asimismo, había llegado el momento de formar y entrenar unidas a las futuras tripulaciones que deberían circundar la Luna. Entre los hombres disponibles, se eligieron las siguientes parejas: Leonov y Makarov, Bykovsky y Rukavishnikov, Popovich y Sevastyanov, Nikolayev y Grechko, Klimuk y Voronov, y, por último, Voloshin y Artyukhin. Algunos de los emparejamientos fueron modificados con el paso de los meses. Ninguno de ellos llegaría a volar a bordo de una cosmonave L-1...

    Chelomei y Mishin, aún preocupados por el devenir técnico de sus cosmonaves, habían programado la primera circunvalación lunar tripulada para el 26 de julio de 1967 (los cosmonautas encargados de esta aventura inicial serían Leonov y Makarov, con varios de sus compañeros actuando como reservas). El fallo del Bloque D durante la Kosmos-154 implicaría que serían necesarios varios meses de pruebas adicionales, incluyendo al menos otra sin ocupantes.

Una maqueta del módulo lunar soviético LK (Foto: Mark Wade)    Mientras esto se materializaba, no menos de diez cosmonautas iniciaron el 27 de agosto de 1967 sendos ejercicios relacionados con la maniobra del amerizaje, no aplicable durante un viaje orbital pero sí posible tras un vuelo lunar. Una leve desviación durante la trayectoria de descenso en la atmósfera podía provocar fácilmente la caída de la nave sobre cualquier océano del mundo.

    Con el 50 aniversario de la Revolución Bolchevique a la vuelta de la esquina (octubre), la U.R.S.S. se vio en la desagradable posición de no poder realizar uno de sus acostumbrados despliegues de propaganda espacial. Las L-1 esperaban una certificación del Bloque D y las Soyuz la resolución de los problemas que causaron la muerte de Komarov. Los vuelos tripulados deberían esperar al año siguiente.

    El primer paso en esta carrera hacia la recuperación sería el lanzamiento de la tercera 7K-L1 (número de serie 5). El despegue se produjo el 27 de septiembre de 1967, gracias a un cohete Proton 8K82K/Bloque D (229-01). El objetivo principal era completar la primera circunvalación lunar efectiva. Sin embargo, uno de los motores RD-253 de la primera fase no llegó a funcionar, permitiendo el paulatino desvío de la trayectoria ascendente. A unos 67 segundos de la ignición, la torre de salvamento entró en funcionamiento, arrastrando consigo a la cápsula. El sistema de destrucción del cohete acabó entonces con él, y sus restos acabaron estrellándose a unos 65 kilómetros de la zona de lanzamiento. Las fuerzas de rescate lograron recuperar la L-1: la única conclusión positiva fue que la torreta SAS había actuado a la perfección.

    El nuevo desastre, como era de esperar, aumentó el nerviosismo de técnicos y responsables del programa. Cada fallo de este tipo no hacía sino retrasar más y más la presencia humana en la L-1, haciendo también más difícil el cumplimiento de los plazos establecidos.

    La investigación indicó que un tapón de goma se había desprendido, cayendo en el interior del conducto del combustible del motor afectado, que entonces quedó obstruido. Un error sencillo, casi trivial, pero que había dado al traste con las esperanzas soviéticas de levantar el vuelo.

    Frente a la reiterada adversidad, sólo quedaba la insistencia más encarnizada: Chelomei se obstinó en considerar como aleatorio el último accidente del Proton, un fallo que puede acaecer en cualquier momento y en cualquier programa (era la primera vez que la primera etapa era responsable de un aborto de lanzamiento), y por tanto decidió continuar adelante. La estadística, a partir de ahora, quizá estaría a su favor.

 

ABRAZO MECANICO EN ORBITA

    Con la próxima L-1 a dos meses vista, la devaluada celebración de la Revolución de Octubre quedaría en manos de un nuevo intento de acoplamiento entre naves Soyuz 7K-OK. Por supuesto, Mishin no volvería a cometer el mismo error que provocó la muerte de Komarov: la unión en órbita terrestre se efectuaría sin tripulaciones.

    El despegue de la Soyuz 7K-OK número 6 se llevó a cabo el 27 de octubre de 1967. Su cohete 11A511 la situó en el espacio con éxito, alertando al mundo sobre una nueva actividad "misteriosa" de los soviéticos. La que sería bautizada como Kosmos-186 quedó situada en una órbita baja de 179 por 223 kilómetros, a la espera del lanzamiento de su hermana.

Una maqueta de una unión de dos Soyuz (Foto: Mark Wade)    Ésta, la cápsula número 5, no partiría hasta tres días después (30 de octubre), no sabemos si debido a algún retraso en su puesta a punto o a un período de preparación orbital de la Kosmos-186 más largo de lo previsto. De un modo u otro, la Kosmos-188 alcanzó una trayectoria de 180 por 247 kilómetros y se situó como objeto pasivo de la maniobra que debía llevarse a cabo. Inmediatamente después de llegar al espacio, se encontró a sí misma a sólo unos 25 kilómetros de la 186. La inyección orbital realizada por su cohete había sido perfecta.

    Reproduciendo lo que habría tenido que hacer Komarov unos meses antes, la Kosmos-188 se aproximó a la otra nave utilizando su radar. Le costó sólo dos tercios de órbita, apenas una hora. Todos sus movimientos se efectuaron de manera automática, sin intervención del personal del centro de control, sobre todo porque en ese momento la nave se encontraba fuera del alcance de las estaciones de seguimiento. El primer intento de unión fracasó: el vehículo activo pasó a 900 metros del otro. El sistema volvería a intentarlo. Poco después, esta vez sí, ambas quedaban firmemente acopladas. Las imágenes televisivas recibidas desde el espacio mostraban con claridad a las dos cosmonaves. No fue, a pesar de todo, un atraque perfecto, ya que un excesivo movimiento lateral impidió la firme unión eléctrica y física entre ambos vehículos.

La cápsula Zond/L-1 (Foto: Mark Wade)    Cumplida la sensacional primicia (nunca antes dos naves no tripuladas se habían unido entre sí), se separaron lentamente. El período de actuación conjunta había durado sólo 3 horas y media. No era necesario más: el concepto quedaba básicamente demostrado. Era evidente que la Soyuz era capaz de llevar a cabo tan crucial maniobra, aunque habría que mejorar la maniobra para una unión perfecta y para no gastar tanto combustible. Si no dependía de la pericia de un conductor humano, una Soyuz 7K-LOK podría engancharse sin duda al módulo lunar LK, incluso en una órbita alrededor de nuestro satélite.

    La Kosmos-186 descendió sobre la Tierra y fue recuperada el 31 de octubre. Falló un sensor estelar y una deficiente orientación impidió una reentrada de baja desaceleración, pero la cápsula se posó sin problemas. En cambio, la 188, que intentó regresar el 2 de noviembre, sufrió un nuevo fallo de orientación que la colocó en una ruta de descenso descontrolada. Sin poder garantizar su caída en una región amiga, el ordenador de a bordo la destruyó en pleno vuelo mediante una carga explosiva. Para la prensa, la Kosmos-188 también se había posado con total normalidad.

    Los problemas encontrados durante el retorno de ambas cosmonaves indicaban que el sistema no estaba del todo a punto para ser ocupado por cosmonautas de carne y hueso, en lugar de por maniquíes disfrazados. Por eso, se decidió repetir la misión. No se incluirían hombres hasta que se hubiese completado una misión perfecta.

    En Occidente, como es natural, el vuelo de las dos Soyuz suscitó un enorme interés: por primera vez, dos naves independientes y sin nadie a bordo se habían unido en el espacio. Un gran logro que demostraba un buen dominio astrodinámico y de control robótico, muy lejos de la simulación llevada a cabo con las Vostok-3/4 y 5/6. Se desconocían, por supuesto, los objetivos originales de la Soyuz-1 y su piloto, y que las Kosmos-186 y 188 no eran sino el ensayo general de un nuevo intento posterior.

    Concediendo que serían necesarios diversos retoques al sistema, la dirección del proyecto respiró con cierta satisfacción. Ahora parecía factible un sobrevuelo de la Luna hacia mediados de 1968 y un alunizaje hacia 1970.

    Precisamente, las pruebas sobre el primero tenían que continuar sin demora. Después del desastre del 27 de septiembre era muy necesario obtener buenos resultados, pero tampoco esta vez sería posible...

Aspecto de las obras de construcción de las rampas de lanzamiento para el N-1 (Foto: Mark Wade)    La 7K-L1 número 6 fue colocada en la rampa de lanzamiento junto a su vector 8K82K/Bloque D (230-01). El despegue propiamente dicho se produjo el 22 de noviembre. Cuatro segundos después de iniciado el funcionamiento de la segunda etapa, uno de sus motores RD-0210 se paró. Notando el desajuste en la propulsión, el ordenador de a bordo ordenó el apagado del resto de los motores y el inmediato disparo de la torre de salvamento. Catapultada lejos del pecio, la cosmonave acabó posándose mediante sus paracaídas, mientras el Proton estallaba precipitándose contra el suelo, a unos 300 kilómetros de Baikonur. Inmediatamente, las fuerzas de rescate fueron enviadas a recuperar la L-1, que fue hallada a unos 80 kilómetros al sur del Dzhezkazgán. Parece que su aterrizaje fue algo violento debido a que los cohetes de amortiguación actuaron antes de tiempo.

    El accidente devolvió a los soviéticos a la cruda realidad: el cohete Proton aún no era lo bastante seguro como para embarcar en él a cosmonautas. La necesidad de realizar al menos dos circunvalaciones no tripuladas antes de introducir hombres en el sistema no hacía sino retrasar aún más el acontecimiento.

    Peor aún, la falta de confirmación de que las piezas del viaje circunlunar podían hacer bien su trabajo afectaba de igual manera al programa de alunizaje. Si bien la construcción de las instalaciones de lanzamiento del cohete N-1 avanzaban a buen ritmo (la rampa 110, en obras desde febrero, había sido acabada el 31 de agosto), la ausencia de datos sobre la fiabilidad del Bloque D, la etapa que se utilizaría tanto en una misión como en otra, aunque para diferentes funciones, creaba un conflicto de calendario realmente preocupante.

    El N-1 había visto su desarrollo casi finalizado en febrero de 1967 (lo que hubiera permitido un alunizaje antes de acabar 1968), pero de nada servía empezar a montar los primeros ejemplares del cohete si se desconocía cómo se comportarían los diversos componentes de su carga útil.

La familia N-1M, en 1965 (Foto: Mark Wade)La familia N-1F, en 1965 (Foto: Mark Wade)

    Las tardías decisiones que habían propiciado el inicio del proyecto y la relativa escasez de recursos habían obligado, como ya se ha mencionado en alguna ocasión, a abandonar la táctica de ensayo progresivo que tan buenos resultados había dado a la N.A.S.A. a la hora de poner a punto a sus Saturn-I/IB (los cuales jamás llegaron a fallar). La agencia americana se vio en la tesitura de probar el mucho mayor Saturn-V de forma completa desde el primer momento (para comprimir el calendario, que no debía superar el final de la década), pero el vehículo usaba mucha tecnología ya ensayada en sus antecesores, y además sus etapas de propulsión fueron chequeadas de forma individual en plataformas estáticas, asegurando su rendimiento.

    La U.R.S.S., en cambio, no podría permitirse este lujo (una de las grandes equivocaciones de este período), y aunque se sabía que cada motor del N-1 funcionaba correctamente en solitario, nadie podía imaginar qué ocurriría cuando se produjese la ignición del grupo de treinta que empujaría la primera fase del cohete, o los ocho de la segunda. La única manera de comprobarlo era poner a un N-1 en la rampa de lanzamiento y enviarlo al espacio, pero eso no podía hacerse hasta tener una mínima esperanza de éxito, lo cual pasaba por ver a un Proton/Bloque D colocar a una cápsula L-1 en ruta translunar. El Bloque D, pues, era al mismo tiempo una de las piedras capitales del edificio y uno de sus puntos más vulnerables.

    Efectivamente, la arriesgada apuesta de la N.A.S.A. por ensayar a su Saturn-V completo desde el primer vuelo resultó ser un éxito. Con ello, los americanos se ahorraron muchos dolores de cabeza y un interminable período de pruebas, por otro lado muy costosas. De un plumazo, se resolvió la mayor incógnita del programa: el país poseía el cohete más poderoso de la Tierra (si ignoramos el secreto N-1) y éste no sólo era capaz de funcionar, sino también de transportar la carga útil necesaria para hacer posible el alunizaje.

    Fue así como la misión Apolo-4 (AS-501) pasó de ser una apabullante amenaza, una espada de Damocles sobre el proyecto Apolo, a convertirse en la confirmación de que América seguía el camino correcto.

    Después del desastre lamentable del Apolo-1, la N.A.S.A. había decidido no otorgar ninguna misión a los Apolo-2 y 3, de modo que la denominación Apolo-4 sería asignada al primer Saturn-V.

    El SA-501, situado en su rampa de lanzamiento gracias al vehículo oruga o "crawler", tenía un aspecto imponente. De hecho, todo junto a él era gigantesco: la rampa, el foso, el edificio de ensamblaje de vehículos, las instalaciones en general... Y también eran impresionantes las dimensiones del cohete propiamente dicho: casi 111 metros de pura energía de propulsión. Sólo la tercera fase y la nave Apolo (CM/SM) habían sido probados en vuelo gracias al Saturn-IB. La primera etapa y la segunda, ensayadas hasta la saciedad de forma estática, se enfrentaban a su bautismo de fuego en este vuelo. Esta última (S-II), sin duda la más compleja del vector, estaba equipada con cinco motores J-2, el mismo que el usado en la tercera fase S-IVB. El primer escalón (S-IC), con sus únicos cinco motores F-1, era la simplicidad y el poder personificados (cada F-1 tenía tanta fuerza de empuje como toda la primera etapa del Saturn-IB). En total, unas 2.837 toneladas sobre la rampa de despegue, 113 de las cuales serían colocadas en órbita terrestre (43 en dirección a la Luna, en futuros vuelos).

El Apolo-4, el primer Saturn-V, espera el momento de la partida (Foto: NASA)El Apolo-4 despega (Foto: NASA)

    Los soviéticos conocían muchos de los detalles técnicos del Saturn-V (que circulaban libremente en la literatura técnica e incluso popular) y no podían sino reconocer su poderío y superioridad sobre el N-1. Sus etapas criogénicas implicaban la necesidad de un menor número de ellas (gracias a la mayor efectividad del oxígeno e hidrógeno líquidos), reduciendo su complejidad operativa (aunque no tecnológica). Además, el bajo número de motores de la primera etapa disminuía aún más los riesgos de fallo durante el despegue. En definitiva, los EE.UU. tenían una herramienta con la que viajar a la Luna, mientras que en la U.R.S.S. la tendrían si, y sólo si, eran capaces de coordinar el perfecto funcionamiento de su excesivo número de sistemas.

    Pero una cosa son las palabras y otra los hechos. La N.A.S.A. confirmaría estos últimos con el lanzamiento del Apolo-4 el 9 de noviembre de 1967. Las últimas semanas habían sido difíciles ya que la puesta a punto del vehículo había demostrado ser un auténtico reto (el cohete tuvo que ser desmontado en una ocasión para revisar las soldaduras de la segunda etapa). Después, todo se desarrolló como la seda. La principal misión del SA-501 era verificar el correcto funcionamiento del cohete completo, y no sólo de sus tres etapas sino también de la crucial unidad de instrumentos (I.U.), el verdadero cerebro que controlaba todos los parámetros del vuelo, situada sobre el tercer escalón. Este último, el S-IVB, no debía actuar como en sus anteriores misiones a bordo del Saturn-IB, ya que no sería necesaria su participación prolongada para alcanzar la órbita. Al contrario, tendría bajo su responsabilidad la inyección en trayectoria lunar. Por eso, durante el Apolo-4 debía demostrar que era capaz de reencender su motor en el vacío.

    El despegue se llevó a cabo normalmente y fue toda una experiencia para los miles de espectadores congregados en Cabo Kennedy. El cohete, que había permanecido silencioso sobre la rampa 39 desde que fue colocado en ella el 26 de agosto, despertó súbitamente a la vida, generando un auténtico terremoto sonoro. Para satisfacción general, el monstruo que podría haber transportado 1.500 Sputniks-1 de una sola vez, empezó a levantar el vuelo con una lentitud pasmosa. Mientras, los técnicos contemplaban la continua riada de datos, la valiosísima telemetría que informaría del comportamiento del pájaro y daría las pistas suficientes sobre si había sido capaz de actuar según lo previsto.

Aquí se prueban los motores del Saturn, operación esencial para el posterior buen funcionamiento durante la primera misión (Foto: NASA)

    El cohete había costado 135 millones de dólares, y la cápsula Apolo que transportaba (CSM-017), otros 45. No hace falta decir que el resultado de su misión era crucial a la hora de valorar las oportunidades que tendría la N.A.S.A. de ganar la carrera lunar. Desprovisto aún de un Módulo Lunar completo, aún en desarrollo, el SA-501 llevaba una unidad dinámica llamada LTA-10R. Los equipos vibraron durante el ascenso: el único sonido generado por el Hombre que superaba al de los motores F-1 era el de una bomba nuclear. A partir de aquí, todo se desarrolló como estaba programado. El motor central de la combinación de cinco F-1 se paró a los 135 segundos de vuelo y el resto lo hizo a los 151, agotado el oxígeno líquido a unos 61 kilómetros de altitud. En esos momentos, el cohete avanzaba a 9.660 kilómetros por hora. Finalizada su tarea, la etapa S-IC se separó limpiamente del vehículo, yendo a caer sobre el Atlántico.

    A continuación, los cinco motores J-2 de la segunda etapa hicieron ignición. Su actuación fue correcta, aunque los técnicos detectaron una temperatura de las toberas algo superior a la esperada (nada que el sistema no fuera capaz de resistir). El apagado de la S-II se efectuó a los 520 segundos del lanzamiento, más de 3 segundos más tarde de lo planeado. La separación de la torre de salvamento se desarrolló asimismo sin contratiempos. Por último, la S-IVB dio sólo un pequeño y último impulso al vehículo para alcanzar la órbita y los 27.000 kilómetros por hora necesarios. Debido a ciertas variaciones en el funcionamiento de su motor, el sistema de guiado no lo pararía hasta unos pocos segundos después de la hora calculada. En ese instante, el Apolo-4 se encontraba a 192 kilómetros de altitud.

    Transcurridas dos órbitas, la S-IVB volvió a la vida y colocó al Apolo-4 en una órbita elíptica cuyo apogeo se encontraba a 16.000 kilómetros de la Tierra. Demostraba así que podía reencenderse en el vacío. Después, le llegó el turno a los módulos de Mando y Servicio de la cápsula Apolo. De regreso a nuestro planeta, el motor del S.M. colocó a la nave a una velocidad similar a la que experimentaría viniendo desde la Luna (40.000 kilómetros por hora).

    La reentrada del Módulo de Mando se llevó a término de manera perfecta: ¡el Saturn-V estaba a un paso de ser tripulado!

La Tierra, vista desde el Apolo-4 (Foto: NASA)La cápsula del Apolo-4 es recuperada (Foto: NASA)

    La N.A.S.A., muy satisfecha por los resultados, programó el SA-502 como el ensayo general previo a la inclusión de astronautas en la nave Apolo. Si todo iba bien, el SA-503 disfrutaría de dicho honor.

    El Saturn-V había funcionado sin dificultades y parecía encontrarse a punto desde el primer momento. Su homólogo soviético, en cambio, esperaba aún su bautismo espacial.

    Por el momento, y para probar las conexiones eléctricas entre vector y torre de lanzamiento, Mishin situó la maqueta de tamaño natural del N-1, la 1M1, en una de las dos rampas de despegue (110R) de Baikonur. La maniobra se llevó a cabo el 25 de noviembre de 1967, prolongándose la estancia del vehículo en la zona hasta el 12 de diciembre de 1967. Esto dio tiempo a la C.I.A. a fotografiarlo con sus satélites de reconocimiento. Al mismo tiempo, en los hangares se montaba ya el primer N-1 real, incluidos los motores.

    En enero de 1968, los cosmonautas asignados al alunizaje empezaban su entrenamiento específico. En total, serían 20 personas, una mezcla de militares de la Fuerza Aérea soviética y del OKB de Korolev: Bykovsky, Filipchenko, Gorbatko, Khrunov, Kuklin, Leonov, Nikolayev, Shonin, Voloshin y Volonov, por un lado, y Feoktistov, Grechko, Kubasov, Makarov, Nikitski, Rukavishnikov, Sevastyanov, Volkov, Yazdovski, y Yeliseyev, por otro. Si el N-1 respondía como lo había hecho su rival, los hombres estarían a punto para lo que a todas luces sería la misión más arriesgada asignada jamás a un astronauta, soviético o norteamericano. La espera, además, no debía ser muy larga: el primer N-1 debía volar en marzo, aunque esta fecha sería posteriormente trasladada hasta mayo.

 

ENGAÑANDO AL RIVAL

    Chelomei empezaba a sentir la presión del tiempo que se agotaba sin remedio. No quería riesgos excesivos que pudiesen desencadenar una tragedia como la de Komarov, pero a la vez estaba necesitado de una misión que acabase por fin con un auténtico éxito. Esto elevaría la moral de los ingenieros y de todo el personal técnico. También quería impedir a toda costa que la N.A.S.A. sospechase sobre la verdadera situación del programa circunlunar soviético. Y esto no sería fácil.

    Su primera medida, simular un sobrevuelo lunar mediante una cápsula L-1 sin que nuestro satélite ni su influencia gravitatoria estuviesen presentes en la maniobra, era una buena solución, si bien ninguna de las misiones precedentes lo habían logrado por sendos fallos en el cohete Proton. El ensayo era vital para el futuro del proyecto, de modo que había que seguir intentándolo.

    La agencia americana no trataba de ocultar sus preparativos, lo que permitía a los soviéticos controlar los avances de su enemigo. Por ejemplo, el 22 de enero de 1968, un cohete Saturn-IB (SA-204, el mismo que debía haber impulsado al Apolo-1) llevaba hasta la órbita terrestre el primer prototipo del Módulo Lunar (LM-1). En tan sólo cuatro órbitas, la misión, bautizada Apolo-5, ensayó el encendido de los motores de ascenso y descenso del vehículo, incluyendo la separación de ambas etapas. El Apolo-5 no transportó ninguna cápsula CSM, y fue equipado con un carenado especial que cubría el Módulo Lunar.

El módulo lunar LM-1 (Foto: NASA)El despegue del Apolo-5 (Foto: NASA)

    Así, mientras la N.A.S.A. empezaba a probar el importante "hardware" necesario para el alunizaje físico, los soviéticos estaban aún muy lejos de ver a su LK evolucionado en el espacio.

    A pesar del obvio retraso, Chelomei no quería delatar sus mínimos avances, ya que eso podría hacer que los americanos aceleraran su propio programa, empeorando la situación. Para evitarlo, se tomarían algunas medidas. ¿Cuáles?

    Las misiones podrían haberse llamado con el apelativo "Kosmos", como ocurría con los lanzamientos orbitales semifallidos, los vuelos militares, o de pura y simple preparación. El problema era que, a su mera mención, la palabra Kosmos levantaba sospechas en Occidente. Había que buscar un nombre menos enigmático.

    Chelomei imaginaba que, antes o después, las L-1 deberían ser dirigidas hacia la Luna para ensayar la circunvalación, así que acordó dar el nombre genérico de "Zond" a todo el programa. Zond ("Sonda") era una etiqueta vigente en el programa espacial soviético. Estaba siendo utilizada para identificar a ciertas sondas interplanetarias que eran enviadas en dirección a los planetas y a la Luna. Las L-1, ciertamente, deberían viajar hacia esta última, más tarde o más temprano, de modo que el nombre encajaría bien. La triquiñuela, con suerte, despistaría a los analistas occidentales, quienes encontrarían dificultades para relacionar estos vuelos con el programa tripulado. Hasta la fecha se habían lanzado tres sondas Zond (hacia Marte, pasando por la Luna, y Venus). Así pues, la primera cápsula L-1 que lograse cumplir su misión con éxito sería bautizada como Zond-4.

Un Proton unido a una Zond/L-1 se dirige hacia la rampa de lanzamiento (Foto: RKK Energia)    Y ciertamente, la Zond-4 (7K-L1-7) despistó a toda la prensa mundial. Lanzada a bordo de un Proton 8K82K/Bloque D (231-01) el 2 de marzo de 1968, llegó al espacio sin novedad. Aún mejor: en esta ocasión el Bloque D actuó conforme a la establecido y, habiendo pasado por una órbita de aparcamiento baja (206 por 190 kilómetros), colocó a su carga en otra mucho más elíptica con un apogeo de unos 330.000 kilómetros. Perplejos, los analistas occidentales comprobaron que dicha órbita era algo fuera de lo común. Por un lado, el nombre de la misión hacía referencia a un destino probablemente interplanetario, pero su trayectoria no respondía en absoluto a lo esperado, ya que no había alcanzado la velocidad de escape necesaria. ¿Un nuevo fallo en el lanzamiento? Nadie comprendía nada. Por otro lado, algunas rutas permitían sobrevolar la Luna sin alcanzar dicha velocidad de escape: eran itinerarios muy lentos durante los cuales las sondas continuaban en órbita alrededor de la Tierra, una órbita lo suficientemente amplia como para contener en su interior a la propia Luna. Algunas sondas de principios de los 60 las habían utilizado y habían logrado sobrevolar Selene con éxito. ¿Era eso lo que había intentado la Zond-4?

    Un rápido estudio descubrió que la nave había sido lanzada fuera de la ventana lunar, con lo que su órbita, muy excéntrica, no podía llevarla en ningún caso hacia nuestro satélite. Como había previsto Chelomei, la Zond-4 alcanzó una distancia máxima comparable a la que nos separa de ella, pero en una dirección totalmente opuesta (180 grados). ¿Para qué?, se preguntó la N.A.S.A.

    Además de la distracción, Chelomei se aseguró con esta trayectoria una ruta libre de perturbaciones gravitatorias, lo que iría bien para verificar el comportamiento de los sistemas de orientación/corrección. Los controladores supervisaron todo el vuelo de la cosmonave y realizaron numerosos experimentos con el equipo de a bordo. Como hicieron otras naves posteriores de la serie, la Zond-4 pudo haber transportado varios especímenes vivos para comprobar su aclimatación al espacio lejano. Poseía también una antena de alta ganancia en la parte superior, sobre el módulo de reentrada, con la cual se llevaron a término comunicaciones en tiempo real. Los cosmonautas Pavel Popovich y Vitaliy Sevastyanov, una de las parejas seleccionadas para el vuelo circunlunar, situados en un búnker bajo tierra, cerca del centro de control de Yevpatoriya, se pasaron los seis días de la misión hablando con los compañeros de la habitación contigua. Los dos hombres usaron la Zond-4 como repetidor de comunicaciones: la señal, cuyo contenido era una simulación de las conversaciones que se desarrollarían durante el viaje a la Luna, viajaba hasta la Zond-4 y era retornada por ésta de vuelta a la Tierra. La impresión de realismo resultó ser grande y muy espectacular, pero los cosmonautas soviéticos todavía debían conformarse con hacer su trabajo desde el duro suelo de nuestro planeta.

    El aparato de propaganda oficial dio muy poca información respecto a esta misión, fomentando aún más el hálito de misterio que la ha rodeado siempre. Y si misteriosa había sido la evolución del viaje de la Zond-4, aún más lo fue su desenlace. Aceptando que la nave se dirigió hacia la Tierra para iniciar su reentrada, nadie (en Occidente) consiguió confirmar si ésta se produjo en realidad. Los analistas especularon sobre una gran diversidad de finales para esta sonda. El último de ellos, y el más aceptado, sugería que fue perturbada en su trayectoria alrededor de la Tierra, lo que la llevó hasta una órbita heliosincrónica definitiva (alrededor del Sol). Otras teorías afirmaban que la nave sí reentró sobre nuestro planeta, apenas una semana después del lanzamiento, un extremo que nunca se pudo demostrar.

Un cosmonauta practica la salida del módulo lunar LK (Foto: Mark Wade)    La realidad fue mucho más decepcionante: durante la fase de retorno en dirección a la atmósfera terrestre (sólo se había previsto una órbita), el sistema de guiado falló. Inmediatamente, los cálculos mostraron que la cápsula se disponía a reentrar sobre una zona en la cual no existía ningún equipo soviético para su recuperación, en concreto sobre África occidental. ¿Por qué? Se había previsto que la nave, para poder caer en suelo soviético, efectuase una maniobra preliminar de "rebote" atmosférico antes de la entrada definitiva. A consecuencia del fallo del sistema de guiado, el descenso se efectuaría de forma directa, en una trayectoria balística, lo que suponía poner en gran peligro el secreto del programa (y la integridad de la cápsula, pues debería resistir una desaceleración de 20 Gs). ¿De qué habría servido bautizar a la L-1 como Zond si a continuación podía caer en manos de otra potencia, revelando todos sus contenidos?

    Dmitry Ustinov, el director de vuelo, siguiendo pautas marcadas de antemano, ordenó la explosión de la cápsula a sólo 10 kilómetros de altitud, y ésta acabó cayendo, desmembrada en miles de piezas, sobre el Golfo de Guinea. De este modo se destruían todas las pistas físicas que podrían haber dado a la N.A.S.A. una indicación del estado del programa tripulado lunar soviético.

    No fue, empero, una decisión consensuada, ya que algunos responsables del programa espacial, como Kamanin, hubieran preferido que la Zond-4 hubiera alcanzado la superficie terrestre. Fuera de la zona de aterrizaje prevista, las fuerzas militares podrían haberse desplazado hasta ella con urgencia, intentando hallar una cápsula que a cambio hubiera podido dar muchas explicaciones a sus constructores, entre ellas, ¿qué habría pasado si el fallo de guiado se hubiese producido con hombres a bordo?

    Por fortuna, la L-1 había demostrado al menos su buen funcionamiento a grandes distancias de la Tierra. Las dificultades encontradas en el sistema de guiado no eran graves, así que, en general, la misión pudo ser considerada como un éxito. Chelomei quiso ver en todo ello el inicio de la recuperación del tiempo perdido. Por eso, la próxima Zond/L-1 se dirigiría hacia la Luna, simulando el viaje circunlunar tripulado.

    En este ambiente de optimismo, el Gobierno soviético aprobó definitivamente el programa de alunizaje (código 41-LZ) el 13 de marzo de 1968. Una decisión que quizá supuso una mayor infusión de fondos en el problemático desarrollo del cohete N-1 y de la propia cosmonave L-3. La Luna, aparentemente, se encontraba más cerca que nunca. más