AMERICA TAMBIEN MIRA HACIA LA LUNA

El Thor-Able-I (Proyecto Mona) intentaría colocar en ruta hacia la Luna a las primeras sondas estadounidenses (Foto: US Air Force)    En cuanto resultó obvio que los EE.UU. se encontraban, muy a su pesar, en una carrera espacial sin precedentes, llegó el momento de desempolvar viejos proyectos que en su día apenas habían generado interés. La Luna era punto de atención principal en muchos de ellos.

    Antes incluso que se tomara la decisión de participar en el Año Geofísico Internacional con un vuelo orbital, varios organismos e instituciones americanas habían propuesto ideas diversas para propiciar el viaje hacia nuestro satélite lo antes posible. El Sputnik-1 permitió la resurrección de algunas de estas ideas, con el único objetivo de alcanzar la Luna antes que la Unión Soviética y apagar así algunos de los pesimistas ecos levantados por la gesta realizada por el enemigo. Lo hizo la Fuerza Aérea, con su sugerencia de utilizar un misil Navaho junto a un Redstone y otras etapas superiores para alcanzar la velocidad de escape, y también empresas como Ford Aeronutronic, que presentaron versiones de su innovador sistema de lanzamiento desde un globo, el Farside. Pero quizá el proyecto más interesante (y realista) sería el propuesto por el Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, bautizado como "Red Socks" (Calcetines Rojos) y no demasiado distinto de aquél que después acabó convirtiéndose en el Explorer-1. "Red Socks" suponía un lanzamiento en junio de 1958 y era lo bastante sofisticado como para enviar una sonda capaz de colocarse en órbita alrededor del satélite y quizá fotografiarlo.

    Dicho y hecho, el Secretario de Defensa, el señor McElroy, ordenaba el 27 de marzo de 1958 a la agencia militar A.R.P.A. (Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados) el inicio de diversos programas encaminados a competir con la U.R.S.S. Entre ellos, además de varios satélites meteorológicos, de comunicaciones, etcétera, estaba la sonda lunar.

    Eran otros tiempos y las iniciativas prioritarias no precisaban de tanto tiempo como ahora para ponerse en marcha. Los responsables de la A.R.P.A. examinaron cientos de posibilidades y finalmente acordaron no esperar: utilizarían la infraestructura disponible en aquel preciso momento.

    La Fuerza Aérea deseaba hacerse cargo, dada la naturaleza de sus actividades, de todos los programas espaciales, y el Ejército había sido el responsable de devolver la tranquilidad a las huestes americanas con el Explorer-1, así que, para no contrariar a nadie, se decidió permitir que ambos intentaran el asalto a la Luna por su cuenta. El programa conjunto se llamaría, muy apropiadamente, Pioneer.

    La Fuerza Aérea utilizaría su misil Thor, de medio alcance, para la misión (programa Mona). El Thor sería unido a las etapas superiores del cohete Vanguard, formando la combinación Thor-Able-I. Varios prototipos (Thor-Able-0) despegarían desde abril de 1958 a julio del mismo año. Por fin, el 17 de agosto, sólo un día antes de la fecha elegida por Korolev, el Thor-127-Able-I quedaba dispuesto para la primera intentona lunar.

    A bordo del pequeño cohete, muy distinto al R-7 soviético, se encontraba la sonda Pioneer, una nave cuyo constructor había sido mantenido en secreto hasta hace bien poco. Aunque se creía que había sido la compañía Space Technology Laboratories (hoy T.R.W.) quien se había ocupado de ello, en realidad la tarea había recaído en un oscuro departamento de la Marina, también encargado de la construcción de una serie alternativa de satélites espías que tuvo muy poco éxito y que se lanzaron desde aviones en vuelo (NOTSNIC). Es posible que un par de NOTSNIC alcanzaran el espacio (incluso antes que los Discoverer/Corona) pero parece que su éxito fue escaso. No fueron incluidos en los listados de lanzamientos debido a la extrema sensibilidad de sus misiones. Basada en su diseño, la sonda Pioneer esperaba tener una mayor fortuna.

El Pioneer-1, durante los preparativos del lanzamiento (Foto: NASA)    El pequeño vehículo era ciertamente ambicioso. Los EE.UU. no sólo deseaban adelantarse a los soviéticos en el camino hacia la Luna, sino además colocar el listón muy alto. La Pioneer llevaba un pequeño motor integrado que debería ser usado para frenar su marcha y así permitir la entrada en órbita alrededor del satélite. Si todo salía bien, sería posible fotografiar su superficie y medir los parámetros medioambientales de tan desconocido territorio.

    Como ya sabemos, las sondas E-1 de Korolev no habían sido pensadas para ello. Si la Pioneer tenía éxito, los soviéticos tendrían que rehacer su programa para no caer en el ridículo de llevar a cabo una misión posterior y de inferior categoría respecto a la americana. Afortunadamente para Korolev, no sería necesario tomar ninguna medida correctora. El Thor-127 despegó desde Cabo Cañaveral el 17 de agosto, pero no llegó muy lejos. Unos 77 segundos después del lanzamiento y a unos 15 kilómetros de altitud, el cohete estalló en pedazos, cayendo después al Atlántico.

    Esto despejaba el camino para la U.R.S.S., aunque confirmaba que los americanos se encontraban en competición. Por ello, no había tiempo que perder. Korolev llevó a la rampa de lanzamiento el cohete 8K72 B1-3, transportando en el interior de su carenado la primera sonda E-1. Ésta seguía la misma filosofía del Sputnik-1: sencillez y prioridad a la rápida implementación de los objetivos. Era esférica (unos 80 centímetros de diámetro), pesaba unos 157 kilogramos y de ella sólo protuberaban algunas antenas.

    No obstante, el lanzamiento inaugural del sistema tampoco resultó exitoso. A los 93 segundos de la ignición, el 23 de septiembre, una serie de vibraciones longitudinales de los aceleradores provocaron su destrucción y la caída del cohete. Algo desconocido, probablemente inherente al diseño de la nueva configuración del vehículo 8K72, había ocasionado el desastre.

    Sin apenas tiempo para investigar lo ocurrido, y consciente de que los americanos lo volverían a intentar durante la próxima ventana de lanzamiento, Korolev preparó su siguiente cohete, el cual debería estar listo para partir el 12 de octubre. El vehículo soviético poseía una ventaja sobre su equivalente estadounidense: aunque este último despegaría un día antes, la superior potencia y velocidad del R-7 permitirían alcanzar la Luna en sólo un día y medio, sobrepasando a la impotente Pioneer durante el viaje de ida.

El misil Jupiter serviría como base para el cohete espacial Juno-II (Foto: Mark Wade)    Los días pasaron y los ingenieros fueron incapaces de detectar las razones exactas por las que el anterior cohete había sido destruido. Sólo por si acaso, se instaló la segunda sonda E-1 sobre el vector 8K72 B1-4. Si la nave americana partía, entonces no habría más remedio que hacer lo mismo, incluso sin haber resuelto el problema.

    Por fin, el 11 de octubre, la Pioneer-1 despegaba desde Cabo Cañaveral con aparente éxito. En realidad, la velocidad proporcionada por el cohete acabó siendo 240 metros por segundo inferior a la necesaria para alcanzar la velocidad de escape. Aunque la Pioneer-1 batió el récord de altitud (113.854 kilómetros), llegó a su apogeo y después volvió a dirigirse hacia la Tierra, sobre la que caería, 43 horas y 17 minutos después del despegue.

    Korolev no estaba enterado del fracaso de la Pioneer-1 e hizo trabajar durante toda la noche a los técnicos para preparar el lanzamiento de su sonda. Superando todas las dificultades, la nave partió el día 12, tal y como estaba previsto. Sin embargo, y como ya podía haberse supuesto, su cohete sufrió los mismos problemas que su antecesor y volvió a estallar en el aire, esta vez a 104 segundos de la ignición.

    Era evidente que hasta que no se descubriese la causa del problema, todas las misiones lunares acabarían de igual forma. Se recogieron los restos de los dos anteriores vuelos y una comisión de expertos se reunió para investigar la situación. Pronto, la razón de los desastres fue revelada: las vibraciones longitudinales de los aceleradores, un fenómeno ya observado en anteriores vuelos pero que la adición de la etapa superior (y el consecuente desplazamiento del centro de gravedad del cohete) había agravado. Las vibraciones afectaban a la zona de propulsión 8D74. La inclusión de un simple mecanismo, ensayado en noviembre de 1958, resolvió la cuestión, aunque la aplicación de las medidas correctoras impedirían a la U.R.S.S. participar en la próxima ventana de lanzamiento. Esta vez, sólo los americanos, con el Pioneer-2, intentarían volar hacia la Luna.

    La pelota, pues, estaba ahora en la otra mitad del campo de juego. Estaba siendo, además, un otoño intenso para los EE.UU. El 1 de octubre, por orden presidencial, había entrado en funcionamiento la nueva agencia espacial estadounidense. La N.A.S.A. (National Aeronautics and Space Administration) había recibido el encargo de hacerse con el control de todas las iniciativas espaciales no militares, entre ellas el programa lunar y un incipiente proyecto tripulado. Dado que la agencia y sus dirigentes necesitaban algún tiempo para aclimatarse a las nuevas responsabilidades, se decidió que tanto la Fuerza Aérea como el Ejército continuasen al frente de las cinco misiones lunares previstas. Después, la N.A.S.A. se encargaría de la estrategia a seguir, incluyendo la selección de un cohete más potente que permitiese afrontar los retos de los próximos meses.

    La opción más razonable era el misil intercontinental Atlas, el equivalente al R-7 soviético, el cual, a pesar de su menor potencia, podría aumentar el estrecho margen energético que estaba coartando el viaje lunar. El Atlas sería combinado con la única etapa superior disponible en ese momento, la Able.

El pequeño Pioneer-3 (Foto: NASA)    Hasta entonces, la Fuerza Aérea agotaría su última intentona y después daría el relevo el Ejército, que efectuaría dos vuelos más.

    La sonda Pioneer-2, de apenas 38 kilogramos, despegó el 8 de noviembre de 1958. La misión finalizaría con otro fracaso: la tercera etapa del cohete, de combustible sólido, no llegó a funcionar, y la nave alcanzó sólo unos 1.500 kilómetros de altitud, cayendo después sobre la atmósfera terrestre.

    Korolev respiró más tranquilo con esta noticia. Si se habían resuelto los problemas con su cohete, el próximo intento podría ser la oportunidad que habían estado esperando. Eso sí, volvería a competir con los americanos, ya que el Ejército estadounidense se disponía a probar suerte con su propia versión de la sonda Pioneer.

    El lanzamiento se produjo el 4 de diciembre, gracias al cohete 8K72 B1-5. Todo pareció ir bien hasta unos 245 segundos después del despegue. En ese instante, el motor de la etapa central redujo su empuje en un 70 por ciento, parándose poco después, debido a problemas con la lubricación de las turbobombas del motor 8D75. Empezando a desacelerar, el vector alcanzó su apogeo y después, dirigiéndose de nuevo hacia tierra, se desmembró debido a las intensas fuerzas aerodinámicas que actuaron sobre él.

El Juno-II espera el lanzamiento (Foto: NASA)    Una vez más, los EE.UU. tendrían la oportunidad de ponerse por delante en la batalla. El Ejército americano había seleccionado su misil Jupiter de alcance intermedio para la tarea, colocando sobre él las etapas superiores que tan bien habían funcionado en el Juno-I.

    Sin embargo, la configuración estaba lejos de ser óptima y sólo tendría la potencia suficiente para enviar hacia la Luna menos de 7 kilogramos. Con estas limitaciones, la sonda Pioneer no estaría diseñada para colocarse en órbita.

    El nuevo vehículo, bautizado como Juno-II, partió con su pasajera el 6 de diciembre, desde Cabo Cañaveral. Su comportamiento no resultó ser demasiado decoroso: el motor S-3D se paró cuatro segundos antes de lo previsto y además otorgó una desviación excesiva a todo el conjunto. Acabada la fase de propulsión de todas las etapas superiores, la velocidad de la Pioneer-3 era 610 kilómetros/hora inferior a la necesaria. Así, alcanzados unos 100.000 kilómetros de distancia, la sonda volvió a caer a la Tierra como sus predecesoras.

    Los meses habían pasado, y la carrera se debatía en una lucha sin cuartel. Ambas naciones lo habían intentado en repetidas ocasiones, pero finalmente sería de nuevo la U.R.S.S. quien se llevaría la gloria de la primicia.

    La cuarta sonda E-1, instalada sobre su vector 8K72 B1-6, posibilitaría la salida del anonimato de este programa. Abandonó la Tierra el 2 de enero de 1959 (problemas técnicos impidieron un despegue el 31 de diciembre, para celebrar el Nuevo Año), y después sobrevoló nuestro satélite y se convirtió en el primer planetoide artificial del Sol. El vuelo, como sabemos, pretendía un impacto contra la superficie lunar, pero sólo consiguió un paso cercano a una distancia mínima de unos 6.000 kilómetros. Las razones: un fallo en el sistema de control y orientación durante el ascenso.

El Luna-1, o Lunik (Foto: NASA)    El Luna-1 no sólo alcanzó la velocidad de escape sino que la sobrepasó con creces. También llamada "segunda velocidad cósmica", la definición de dicha velocidad (40.234 km/h) había permanecido como uno de los emblemas míticos de las sociedades astronáuticas que se fundaron aun antes de la Segunda Guerra Mundial. Esta "segunda velocidad" representaba algo más que la liberación de un cuerpo de la gravedad terrestre, suponía además el camino abierto hacia las estrellas, la posibilidad de que el Hombre explorara el espacio y viajara hacia nuevos e ignotos planetas.

    Para Occidente, la mayor sorpresa la proporcionó la noticia de la masa del ingenio: 361,3 kilogramos. En un principio, los técnicos americanos creyeron que las agencias de prensa habían equivocado la colocación de la coma decimal, pero pronto tuvieron que rendirse ante el enorme potencial de los vehículos soviéticos. La U.R.S.S., una vez más, hizo un uso muy adecuado de esta hazaña tecnológica y de los valores de propaganda que supuso.

    Incluso antes de que sobrevolase su objetivo, el Luna-1 se dejó ver. La etapa superior (Bloque E), que llevaba una trayectoria y velocidad idénticas, transportaba 1 kilogramo de sodio que al ser quemado por la acción de un tipo de napalm, produjo una nube amarilla visible desde la Tierra. El "cometa" así creado honraría la iniciativa de forma inesperada.

    Korolev, por supuesto, estaba un poco contrariado por no haber conseguido el impacto deseado contra la superficie lunar. La sonda había sido dotada con una serie de elementos conmemorativos que, descansando para siempre sobre nuestro satélite, se habrían convertido en un auténtico monumento para la posteridad. Por ejemplo, se había preparado una pequeña esfera metálica explosiva, compuesta por 72 segmentos de acero, todos grabados con la fecha del lanzamiento y el escudo heráldico soviético (la hoz y el martillo). Fue diseñada para que, tras el choque, sus fragmentos salieran despedidos en todas direcciones, a unos 2 kilómetros por segundo.

    Los rusos tardarían 30 años en confesar que el objetivo principal, el impacto, había fallado, y que los periódicos de la época tuvieron que mentir para justificar la órbita solar obtenida. Hasta ese punto había progresado su obsesión por no reconocer cualquier suceso que pudiera empañar su inmaculado programa espacial. A pesar de todo, el Luna-1 causó tanta sensación como su nombre de pila: Mechta (Sueño).

 

EN BUSCA DE LA CARA OCULTA

El cohete Juno-II usado para los vuelos lunares del Ejército estadounidense (Foto: NASA)    Como acabamos de decir, el éxito del Luna-1 no era suficiente para Korolev. El impacto hubiera tenido implicaciones más amplias que la simple anécdota: si los misiles soviéticos eran capaces de alcanzar la esfera lunar tras un viaje de más de 400.000 kilómetros (con la precisión de guiado que ello implicaba), el misil intercontinental que constituía la primera fase de su lanzador habría podido enviar una bomba nuclear con total exactitud sobre cualquier ciudad americana. Una amenaza soterrada que sin duda habría hecho estremecer a los "capitalistas".

    Por eso, antes de avanzar en su detallado programa de exploración, Korolev ordenó la repetición del viaje. La nueva sonda sería ligeramente mejorada durante los próximos cinco meses, recibiendo la denominación E-1A. El primer intento de lanzamiento, sin embargo, se haría esperar.

    No importaba: los americanos no causarían demasiadas molestias, al menos durante algún tiempo. Su último intento (Pioneer-4) había sido una pálida réplica del logro del Luna-1. El Ejército estadounidense había previsto lanzar su sonda en enero de 1959 pero tras el viaje de esta última ya no era posible aceptar ningún otro fracaso. Por eso, los técnicos se aseguraron de que todo estuviese en orden y apretaron el botón de disparo el 3 de marzo. El cohete Juno-II funcionó bien en esta ocasión, pero la segunda etapa lo hizo un segundo más de lo esperando, desviando la trayectoria lo bastante como para que la Pioneer-4 sobrevolara la Luna a unos 59.500 kilómetros de distancia. Mejor que otras veces, aunque no lo suficiente (y demasiado tarde).

    Además de la nueva E-1A, Korolev puso en marcha un proyecto de urgencia para paliar el posible éxito americano de colocar a una sonda alrededor de la Luna. Lo bautizó E-5 y debía debutar entre octubre y diciembre de 1959. Al mismo tiempo, se canceló la serie E-3 debido a problemas con el desarrollo del sistema fotográfico y del sistema de control de orientación, esencial para realizar imágenes correctas. También se empezaron trabajos de definición de dos programas más: el E-6, que debería posarse suavemente en 1960, y el E-7, pensado para orbitar la Luna y levantar mapas de su superficie.

El Pioneer-4 (Foto: NASA)    Agotados los intentos protagonizados por la Fuerza Aérea y el Ejército, le tocaba a la N.A.S.A. entrar en liza. La agencia encargó la construcción de varias sondas Pioneer y el definitivo desarrollo de la configuración Atlas-Able. No estarían listos hasta finales de 1959, así que Korolev tendría tiempo de sobra para volver a intentar percutir contra Selene.

    Tras los retrasos y posterior cancelación del vehículo 8K73, Korolev se vio en la obligación de mejorar el rendimiento de la etapa superior del 8K72 para conseguir la potencia que sirviera para lanzar las E-1 hacia la Luna. Durante la fase de diseño y construcción, éstas habían "engordado" sustancialmente, de modo que el 8K72, tal y como había sido concebido inicialmente, no hubiera podido enviarlas al espacio. La cuestión se resolvió con una brillante idea: utilizar un combustible más denso en la etapa superior, lo que permitía un mayor tiempo de encendido. Fue precisamente esta circunstancia lo que retrasó el lanzamiento previsto para el día 16 de julio.

    El cohete 8K72 I1-7 estaba listo, pero los técnicos, por error, llenaron los depósitos de combustible del RO-5 con el mismo queroseno que usaban las plantas inferiores. Descubierto el fallo, los tanques tuvieron que ser vaciados y drenados en su totalidad. Dos días después, el 18, el despegue se llevó a cabo con aparente normalidad.

    Sin embargo, a unos 153 segundos de la ignición, el "giro-horizonte" de la unidad de guiado inercial falló. Descontrolado en su trayectoria ascendente, el cohete fue destruido automáticamente gracias a una orden enviada desde tierra.

El Luna-2 sí impactó contra nuestro satélite (Foto: NASA)    Impertérrito, el ingeniero jefe colocó otro cohete con su sonda E-1A sobre la rampa de lanzamiento. La cuenta atrás llegó al momento crítico el 9 de septiembre y los motores de la etapa central (8D75) empezaron a rugir buscando el empuje óptimo. Fue inútil. El conjunto acabó apagándose de forma prematura. Los demás motores, en los aceleradores, actuaron a media potencia esperando el momento adecuado, durante unos 20 segundos. Finalmente, el despegue tuvo que ser abortado.

    Sin querer dejar escapar la presente ventana de lanzamiento, el cohete defectuoso (8K72 I1-7) fue retirado y en su lugar se colocó su vehículo de reserva (8K72 I1-7B). Demostrando la pericia de los técnicos, todo estuvo listo en dos días, y el 12 de septiembre, el Luna-2 partía en dirección a su objetivo.

    En esta ocasión la puntería no fallaría: tras un viaje de 33 horas, la sexta sonda E-1 (E-1A) impactaba entre los mares Imbrium y Serenitatis. El choque de la nave de 390 kilogramos de peso se efectuó a unos 3 kilómetros por segundo.

    Occidente conocía los momentos apropiados en los que una sonda soviética podía volar hacia la Luna y sus expertos estaban preparados. Estaciones ópticas terrestres fotografiaron la nube de sodio expulsada por la etapa superior del cohete y las antenas de seguimiento controlaron el avance del Luna-2 hasta que la señal desapareció a consecuencia del choque definitivo.

El Luna-2 (Foto: MM)    Por si acaso, los soviéticos serían mucho más abiertos en esta ocasión. La ocasión lo valía, ¡el primer artefacto construido por manos humanas que había alcanzado un cuerpo extraterrestre! Se ofreció abundante información sobre la misión y se dieron parte de las características físicas del vehículo. No podía quedar ninguna duda de que, en efecto, la hazaña se había llevado a cabo.

    La euforia embargó a los soviéticos, y no sólo a los que habían participado en el proyecto. La misión del Luna-2 coincidió con la primera visita de estado de Khrushchev a los Estados Unidos. El vehemente político explotó en lo posible el acontecimiento y regaló a Eisenhower una réplica de las esferas conmemorativas troqueladas que esparcieron sus contenidos sobre la superficie lunar.

    Los buenos resultados propagandísticos aconsejaban continuar adelante con el plan. Y el siguiente punto en el calendario era claro: volver a nuestro satélite, esta vez para fotografiar su cara oculta. El fracaso del desarrollo del cohete 8K73 obligó a replantear su configuración, pero en esencia, sus capacidades se mantuvieron intactas.

    Buscando un nuevo golpe de efecto, la primera E-2A partió el 4 de octubre de 1959, exactamente dos años después del Sputnik-1. Sin embargo, la selección de la fecha era mucho más lógica que todo eso. Diversos estudios llevados a cabo con anterioridad indicaban que las trayectorias apropiadas para efectuar sobrevuelos de la cara oculta eran limitadas, y que las condiciones de iluminación favorables tampoco eran frecuentes. Sólo dos oportunidades podían entreverse en un año: en octubre y en abril. Por tanto, la sonda debía partir inmediatamente o esperar seis meses.

El Luna-3 fotografió la cara oculta (Foto: MM)    A la sazón, el cohete 8K72 L1-8 funcionó bien y situó al Luna-3, con sus 278 kilogramos, en la ruta precisa. No sería propiamente una trayectoria de escape, sino una órbita terrestre lo bastante amplia (48.280 por 468.300 kilómetros) como para permitir el pausado sobrevuelo de la cara que no vemos.

    El resultado fue impresionante para la época. La sonda estaba equipada con células solares para producir electricidad, un sistema de estabilización sofisticado (el producto de incontables horas de trabajo por parte de Boris Raushenbakh, después de que otros ingenieros rechazaran el reto), y un equipo fotográfico no menos complejo. La sonda tomó fotografías durante 40 minutos y las envió a la Tierra una vez iniciado el regreso. Pasó a unos 7.900 kilómetros del polo sur lunar.

    Precisamente, la transmisión de las imágenes (29, de las cuales sólo 17 eran de calidad aceptable) una vez corregidas, mostraba una cara oculta totalmente desconocida, mucho más craterizada que la cara visible y conteniendo un menor número de "mares".

    Tal y como estaba previsto, Korolev ordenó aprovechar la siguiente oportunidad (abril de 1960) para profundizar en los descubrimientos del Luna-3. El período útil se extendía entre el 15 y el 17 de abril, así que se prepararon dos cohetes con sus correspondientes sondas para garantizar el uso de la ventana de lanzamiento. Si algo salía mal, no esperarían al próximo mes de octubre: éstas serían las últimas sondas soviéticas de primera generación. Otro programa, aún más importante, reclamaba ya la total atención de los ingenieros: el envío de un hombre al espacio.

    El primer intento (8K72 I1-9) se llevó a cabo el 15 de abril de 1960. Sin embargo, el motor RO-5 de la última etapa no llegó a funcionar el tiempo necesario o quizá su empuje fue inferior al esperado, proporcionando una velocidad insuficiente a la primera sonda E-3. Como les ocurriera a las Pioneer-1 y 3 americanas, el vehículo alcanzó unos 200.000 kilómetros de distancia y después volvió a caer sobre la Tierra, incinerándose gracias al rozamiento atmosférico.

 

    En vista de que el desarrollo del sistema de televisión Yenisey-3 estaba dando más problemas de lo esperado, se había decidido cancelar las sondas E-2F y utilizar en su lugar una E-2A mejorada con un nuevo sistema de radio. Dado que las E-3 habían sido a su vez canceladas tiempo atrás (también las E-5, ya que la N.A.S.A. no estaba teniendo éxito en alcanzar la órbita lunar) y su denominación estaba libre, se aplicó ésta a la recién llegada.

    Sin pestañear, el equipo de Korolev sacó a la rampa el cohete de reserva (8K72 L1-9A) e intentó lanzarlo al espacio el 16 de abril. Medio segundo después de la ignición, el motor 8D74 del acelerador B alcanzó sólo el 75 por ciento de la potencia esperada. Las cargas asociadas con el empuje asimétrico ocasionaron la rotura de dicho acelerador, que se separó del cohete cayendo sobre la rampa. El resto del vehículo ascendió unos metros pero pronto, incapaz de controlarse, acabó estrellándose contra el suelo, en medio de una gran explosión.

El sistema Atlas-Able resultó ser un completo fracaso (Foto: NASA)    La segunda generación de sondas lunares soviéticas tardaría aún algún tiempo en entrar en escena, así que la herencia del Luna-3 sería única por ahora. Hasta entonces, Korolev miraría hacia Venus y Marte y, sobre todo, hacia su máxima obsesión, el verdadero inicio de la carrera espacial, el envío de hombres a la órbita terrestre.

    En los Estados Unidos, mientras tanto, la N.A.S.A. seguía intentando poner a punto su primera iniciativa lunar, el envío de sondas Pioneer a bordo del nuevo cohete Atlas-Able. El programa resultó ser un desastre total, el peor quizá de la historia astronáutica. Ninguno de sus vuelos tuvo éxito.

    Todo empezó el 24 de septiembre de 1959. Durante unas pruebas estáticas de los motores del Atlas-C (la primera etapa del Atlas-Able-IVA), el cohete estalló en la rampa de lanzamiento. Afortunadamente, la sonda Pioneer aún no había sido instalada a bordo. Examinada la situación, la agencia americana decidió sustituir en lo sucesivo a los Atlas-C (una versión experimental) por los nuevos Atlas-D (el misil intercontinental operativo) y no realizar pruebas de propulsión en la rampa sino en los hangares (sin ignición).

    El 26 de noviembre, la Pioneer-4A despegaba desde Cabo Cañaveral en dirección a la Luna. Sólo 45 segundos después, el carenado protector de la sonda resultó arrancado por la presión aerodinámica. Más tarde, todo el cohete Atlas-Able-IVB estallaba en el aire, finalizando su misión de manera definitiva.

    Una serie de cambios técnicos rápidos parecieron solucionarlo todo. El 25 de septiembre de 1960, el Atlas-Able-VA despegaba con la que podría haber sido la Pioneer-5. Sin embargo, la segunda etapa funcionó menos tiempo del esperado y la tercera nunca entró en ignición: la sonda voló durante una ínfima parte de la distancia Tierra-Luna y finalmente acabó estrellándose contra nuestro planeta.

    Con sólo un lanzador más disponible, la N.A.S.A. se encontraba muy apurada. Pero a pesar de los esfuerzos de los ingenieros, la historia volvió a repetirse. El Atlas-Able-VB despegó el 15 de diciembre de 1960. Unos 60 segundos después, estallaba en pleno ascenso, provocando la destrucción de la pequeña Pioneer.

    El programa lunar automático americano se encontraba a la deriva. Era inútil insistir en la desgracia, el sistema no estaba preparado para completar con éxito su misión. El futuro pertenecería a otro proyecto que ya esperaba su turno. Las sondas Ranger, gracias a la aparición de un nuevo cohete más seguro (el Atlas-Agena), estaban llamadas a recuperar el prestigio estadounidense y, aunque tardarían en hacerlo, se acercaron pronto a los logros obtenidos por la U.R.S.S. durante los últimos meses.

    Ahora, el centro de atención se dirigía hacia otro sector bien distinto: la N.A.S.A. preparaba su programa tripulado Mercury y Gagarin se entrenaba ya en las afueras de Moscú para su vuelo histórico, el que incendiaría la chispa responsable del inicio de la carrera tripulada a la Luna. más