CAPITULO 7
ECOS DE INFORTUNIO

 

"Sólo cerrando las puertas detrás de uno se abren ventanas hacia el porvenir".

-Françoise Sagan (1935).

 

    No es difícil elaborar una idea de lo que debieron sentir las autoridades soviéticas después de la misión Apolo-8. La capacidad de propulsión de la cosmonave L-1 era muy inferior a la del módulo de servicio de la nave americana, y eso le impedía alcanzar una órbita estable alrededor de la Luna. Siendo sólo posible la circunvalación y habiendo sido ésta lograda ya por los americanos, ¿aceptaría el Politburó la continuación del proyecto L-1?

    Los estadounidenses habían demostrado tener casi a punto todas las piezas del rompecabezas, incluido su lanzador Saturn-V. El aterrizaje, para ellos, se hallaba a sólo unos meses vista, mientras que los soviéticos no habían visto todavía a su N-1 en vuelo. ¿Era lógico continuar gastando más dinero en esta empresa imposible?

La sonda básica E-8-5, pensada para la recogida de muestras lunares (Foto: Mark Wade)    Definitivamente, sí. En el arriesgado programa lunar, siempre cabía la posibilidad de un accidente. La N.A.S.A. podría sufrir uno de tal naturaleza que retrasase el momento de su llegada a la superficie, proporcionando a la vez el tiempo que la U.R.S.S. necesitaba para recuperarse. Los motivos para continuar, pues, eran puramente técnicos y no sólo especulativos. La urgencia, para el L-1, había desaparecido. Su presencia serviría a partir de entonces para allanar el camino de su hermano mayor, el L-3.

CONTINUAN LAS PRUEBAS

    La N.A.S.A. podía replantear ahora, con total coherencia, su plan de vuelos para 1969. En marzo, el primer Módulo Lunar estaría listo y podría ser probado en el espacio (Apolo-9). Esto implicaría una nueva participación del Saturn-V, que lo llevaría a la órbita terrestre. Sería el momento de ensayar su correcto funcionamiento antes de que tuviera que ser usado en la Luna. Después del Apolo-9, vendría el ensayo general del alunizaje: el Apolo-10 llegaría tan lejos como el que le seguiría, pero sin que el frágil L.E.M. se posase todavía sobre nuestro satélite. A continuación, si todas estas misiones se desarrollaban como se esperaba, la astronave bautizada como Apolo-11 surcaría el espacio para su histórico encuentro.

    Medio año, sólo medio año, restaba para la gesta, y los soviéticos sabían que no había manera posible de superar esta ventaja sin mediar un grave contratiempo en el programa Apolo. Ante la diáfana y cruel realidad de que la carrera estaba ya casi perdida, la U.R.S.S. se vio obligada a iniciar una nueva estrategia de contención.

    El 1 de enero de 1969, en efecto, la filosofía soviética varió de forma sustancial. Latente durante los últimos dos años, se hará resurgir el programa de sondas Luna. El objetivo: enfrentar la virtud del ingenio automático a la capacidad humana de improvisación. Los argumentos exactos estarán relacionados con la economía, la falta de riesgo para la vida, la igualdad de beneficios científicos y la rápida reposición en caso de fracaso técnico.

    Las nuevas sondas de tercera generación se basarían en el diseño de los vehículos móviles que debían asistir a los cosmonautas (E-8 o Ye-8). Su masa y tamaño precisarían de la contribución del lanzador Proton, y su principal meta sería la recogida de muestras, básicamente polvo y rocas, y su posterior envío a la Tierra.

    La captura de muestras era una de las actividades más representativas que llevarían a cabo los astronautas del Apolo, así que emularlos de forma menos costosa sería una buena manera de devaluar su trabajo.

    El otro tipo de sondas automáticas que sería puesto a punto (aunque no en último lugar), serían los orbitadores, pensados inicialmente para apoyar a las misiones tripuladas.

    Con todo ello, los soviéticos esperaban amortiguar el impacto del supuestamente inevitable éxito americano. Las sondas se convertirían en una verdadera tabla de salvación, el escudo tras el cual se escondería el país cuando decidió declarar que nunca había participado en una carrera lunar. Paradójicamente, sus ingenieros recibían al mismo tiempo la autorización para proseguir en ella, a la espera de que el Apolo fracasara.

 

    La pobre fiabilidad del vector Proton, como veremos más adelante, atentaría contra este plan tan cuidadosamente trazado. Se lanzaron durante 1969 muchas sondas Luna, pero la mayoría no alcanzaron el espacio o la velocidad de escape debido a un auténtico rosario de lanzamientos fallidos. ¿El motivo? Probablemente, baja calidad en los componentes o inadecuada organización directiva. Cuesta creer que un cohete de estas características, inmerso en una clara fase de investigación y desarrollo, por lo demás poco satisfactoria, pudiese llegar a aspirar a servir como caballo de batalla en un programa tripulado. El Proton, nunca mejor dicho, se asemejaba más a una ruleta rusa que a un cohete espacial. Quizá haya sido afortunada la no inclusión, jamás, de un hombre como una de sus cargas útiles.

Vista lateral del Soyuz-4 (Foto: Mark Wade)    Por otro lado, muy pronto se iniciarían las hostilidades entre las fuerzas militares de China y la U.R.S.S., enfrentamiento que a la sazón provocaría la alarma nuclear en Occidente. Las enormes demandas económicas y logísticas de este enfrentamiento pudieron tener mucho que ver en el repetido fracaso de las misiones lunares soviéticas. El reiterado infortunio que rodeó a los lanzadores Proton durante esta fase crítica, y la baja disponibilidad de los cosmódromos (debido al elevado nivel de lanzamientos de satélites militares de reconocimiento, implicados en la guerra chino-soviética), se confabularon para impedir que ninguna sonda E-8 alcanzara el éxito antes de la llegada del Apolo-11.

    En este ambiente enrarecido, no podían cesar los esfuerzos por poner a punto los elementos del programa tripulado. Si la N.A.S.A. fallaba en su primer intento de alunizaje, y teniendo en cuenta que el accidente del Apolo-1 retrasó el siguiente vuelo en unos dos años, la Unión Soviética podría llegar a tener aún una oportunidad.

    El primer paso en esa dirección sería el lanzamiento del cohete N-1, y el siguiente, el acoplamiento de dos naves Soyuz, incluyendo la transferencia de sus tripulaciones. Era inútil tener a punto el vehículo L-3 si antes no se había podido demostrar que dicha transferencia, entre el LOK y el LK, era factible.

    Mientras se preparaba el despegue del N-1 en Baikonur, Mishin optó por llevar a cabo el segundo objetivo. El experimento se consideraba esencial para el programa de alunizaje, pero no sería publicitado de esa forma: el país, como se ha dicho, no se hallaba en ninguna loca carrera hacia la Luna, de modo que la unión de las Soyuz-4 y 5 era sólo un escalón más hacia la próxima meta soviética, la famosa estación espacial. El acoplamiento demostraría que es posible reunir dos vehículos tripulados en órbita terrestre, abriendo las puertas a futuros intercambios y relevos de inquilinos. Una explicación dudosa (hasta la llegada de las Salyut) pero creíble.

    La Soyuz-4 (Soyuz 7K-OK número 12) despegó el 14 de enero a bordo del habitual cohete 11A511. Vladimir Shatalov, que sería su único tripulante, emularía el plan de vuelo de Komarov. Aunque el lanzamiento no pudo verse en directo, apenas una hora después de producirse la agencia TASS enviaba las imágenes al resto del mundo. Obviamente, el impacto social de las retransmisiones del Apolo no podía tomarse a la ligera...

    Durante las primeras horas, la Soyuz-4 se desenvolvió sin ningún tipo de problema. A diferencia de Komarov, Shatalov pudo entregarse a la saludable tarea de esperar a sus compañeros, a maniobrar su cosmonave y a ver la superficie de la Tierra girando bajo él.

    La Soyuz-5 (vehículo número 13), con Yevgeni Khrunov, Alexei Yeliseyev y Boris Volynov a los mandos, partió el día 15. Con ello, la U.R.S.S. también demostraba que podía enviar a tres hombres al espacio en la nueva nave.

Vista superior del Soyuz-4 (Foto: Mark Wade)    Sincronizando sus órbitas, Volynov contactó con la Soyuz-4, lo cual logró con rapidez. Sin embargo, los dos vehículos no se reunirían de inmediato, como había ocurrido con los vuelos anteriores (y sería necesario hacer alrededor de la Luna). Lo que importaba era la maniobra en sí, de modo que la Soyuz-5 adoptó el rol que presentaría una futura estación espacial y la Soyuz-4 dedicó el resto del día al acercamiento, utilizando para ello la menor cantidad de combustible posible.

    El día 16, ambas se encontraban a corta distancia. La maniobra automática las había dejado a tan sólo 100 metros de separación. Entonces, Shatalov, en su papel de perseguidor activo, aproximó su cápsula y la acopló a la Soyuz-5. El encuentro se produjo durante el paso sobre las estaciones soviéticas, siendo la maniobra vigilada constantemente desde tierra.

    Una vez asegurado el contacto, restaba por efectuar otra de las operaciones más complejas del viaje. El diseño de la Soyuz 7K-OK, como el de la 7K-LOK, no contemplaba la apertura de un túnel de paso entre las cosmonaves, de manera que era necesario despresurizarlas y abrir la escotilla exterior para que los hombres pudiesen pasar de una a otra, tal y como lo haría el tripulante del módulo lunar LK tras su visita a la superficie de nuestro satélite.

    La Soyuz-4 vació de aire su esférico módulo orbital, manteniendo la presión en la cápsula de descenso. Shatalov permanecería en esta última. Volynov haría lo propio en la Soyuz-5, mientras Khrunov y Yeliseyev se situaron en el módulo orbital. Con calma, ambos cosmonautas se habían introducido en sus trajes espaciales, muy parecidos a los que serían empleados durante el alunizaje. Por último, despresurizaron el módulo en el que se encontraban, listos para salir al exterior. Los dos compañeros, impresionados por el espectáculo de las dos naves unidas sobre el azul de nuestro planeta, permanecerían unos minutos fuera de las Soyuz, aprovechando la circunstancia para examinar su aspecto externo, y también para filmarse el uno al otro.

    Intentando evitar cualquier suceso imprevisto, abrieron pronto la escotilla del módulo orbital de la Soyuz-4. Media hora en el vacío era suficiente para demostrar la transferencia. Una vez en su interior, lo presurizaron de nuevo y avisaron a Shatalov: la operación había finalizado y podía producirse el encuentro.

    Los tres cosmonautas celebraron con alegría el éxito conseguido y anunciaron al ahora solitario Volynov que todo había ido bien. Para dar más trascendencia al evento, Khrunov y Yeliseyev entregaron cartas de felicitación a Shatalov, cartas que habían traído consigo, así como un ejemplar del Pravda del día 15 en el que se describía el lanzamiento del Soyuz-4. El acto causó un cierto impacto en la prensa, como era de esperar: la U.R.S.S. normalizaba la vida en el espacio, ¡incluyendo el servicio postal!

    Se sabe también que la tripulación intentó celebrar aún más intensamente su encuentro, pero que la botella que pensaban utilizar se rompió esparciendo su líquido en el interior del módulo orbital.

Vista inferior de la Soyuz-4 (Foto: Mark Wade)    Con poca cosa más que hacer, las dos naves se separaron tras 4 horas y media de unión. En la Tierra, la Luna no figuraba en la mente de espectadores, oyentes y lectores: los soviéticos mostraban la misión (de puertas hacia fuera) como el primer ejemplo de estación espacial orbital, aunque su existencia fuera tan efímera.

    El enlace de las Soyuz-4 y 5 y la transferencia de tripulaciones devolvió a la U.R.S.S. al primer plano de la actualidad, precisamente cuando parecía que el Apolo acapararía toda la atención. Si bien con mucho retraso (la Soyuz-1 fracasó en abril de 1967), algunas cosas parecían volver a su cauce...

    El regreso de las dos tripulaciones fue mucho más accidentado. La Soyuz-4 se posó el día 17, pero lo hizo en medio de un paisaje nevado y afrontando poderosos vientos y bajísimas temperaturas. En cuanto la cápsula tocó tierra, los helicópteros acudieron junto a ella para rescatar a los cosmonautas.

    La situación meteorológica era lo bastante molesta como para que Volynov se planteara su regreso un día más tarde de lo previsto, pero su solicitud fue denegada. A la hora de la verdad, su descenso se convertiría en una de las situaciones más tensas vividas durante el programa espacial. Tanto, que la dirección dio gracias porque dos de sus tripulantes originales ya se encontraran en casa.

    Como es sabido, las Soyuz deben desmembrarse en sus diferentes componentes antes de la reentrada. La separación del módulo orbital se produjo sin contratiempos, pero cuando la nave ya se encontraba en la imparable fase de descenso, propiciada por el retrofrenado del módulo de servicio, este último se negó a separarse de la cápsula.

    La situación era grave y de desconocidas consecuencias, puesto que aunque ya había ocurrido en programas anteriores (Vostok y Mercury), el módulo de servicio de las Soyuz era muchísimo más grande y masivo. En un principio, el vehículo se orientó solo gracias a la aerodinámica, con el módulo de servicio situado detrás y la parte superior del módulo de descenso afrontando sin protección térmica el rozamiento atmosférico. Esto hubiese supuesto sin duda la incineración de Volynov, pero las cargas exteriores y el paulatino aumento de la temperatura rompieron o hicieron ceder los puntos de anclaje entre los dos módulos.

    Con ambos por fin separados y cuando lo peor de la reentrada no se había producido aún, el cosmonauta tuvo la sangre fría de reorientar su cápsula para que el escudo térmico de la base se ocupase de su trabajo.

    Una vez superado el posible desastre, se abrieron los paracaídas. Entonces, los retrocohetes que suavizan el aterrizaje no actuaron. El impacto, por inesperado, ocasionó algunos desperfectos adicionales: los dientes de Volynov, cuyo propietario, por esta u otras razones, no regresaría al espacio hasta siete años después.

    Las desgracias no acabarían aquí, puesto que una vez en Moscú, mientras los cuatro hombres eran recibidos en triunfo por la multitud y transportados por las calles de la ciudad en una auténtica cabalgata, sufrieron el mayor susto de sus vidas. En el camino hacia el Kremlin, un francotirador, intentando asesinar a Brezhnev, falló y alcanzó uno de los coches de los cosmonautas. El conductor murió por una grave herida, y los demás ocupantes del automóvil, en el que también se encontraban Beregovoi, Nikolayev y Tereshkova, sufrieron las consecuencias del consiguiente choque.La sonda móvil E-8 o Lunokhod (Foto: Mark Wade)

    De regreso a las estepas del Kazajstán, Chelomei decidió lanzar una nueva cosmonave L-1. Tanto éstas como las Soyuz compartían la mayoría de los sistemas que hacían posible su funcionamiento en el espacio. Por eso, aunque su misión primordial había quedado desfasada por los acontecimientos, las L-1/Zond podían aportar aún un gran servicio al programa de alunizaje. Los ingenieros necesitaban toda la información posible sobre el comportamiento de aquellos sistemas, sobre todo a las distancias y en el ambiente típicos de nuestro satélite. Dado que no era posible enviar a una Soyuz 7K-LOK hacia la Luna hasta la llegada del N-1, las L-1, incluso aquéllas que habían sido construidas para ser tripuladas y que descansaban intactas en los almacenes, podrían ser empleadas para esta tarea. Dichos vuelos, además, ensayarían hasta la saciedad las operaciones de maniobra y retorno, todas ellas idénticas a las que efectuaría la Soyuz 7K-LOK.

    Con este objetivo en mente, Chelomei situó en la rampa de lanzamiento al cohete y a la nave L-1 (número 13) que estuvieron a punto de volar en diciembre con hombres a bordo. El Proton 8K82K/Bloque D (237-01) despegó sin novedad el 20 de enero de 1969, pero cuando había alcanzado los 40 kilómetros de altitud, la segunda etapa se apagó de forma prematura, casi medio minuto antes de tiempo. Detectando el problema, el sistema automático separó la cápsula y la alejó de la trayectoria del vector. La velocidad inicial más la impartida por el cohete tractor de emergencia llevó a la L-1 hasta Mongolia, completando el desastre.

    Es lícito preguntarse qué hubiera ocurrido si la nave hubiera volado en diciembre y hubiera estado ocupada por cosmonautas. Probablemente hubiera sido otro duro golpe para el programa lunar soviético.

 

    Los problemas tampoco se detendrían aquí. Siguiendo el plan previsto, los rusos debían demostrar otro elemento del complicado rompecabezas del programa L-3. Se trataba del vehículo móvil, el Lunokhod (E-8), que tenía que ser colocado sobre la superficie lunar para servir como baliza durante el descenso del módulo tripulado LK, y también como medio de transporte para el cosmonauta hacia el vehículo de reserva (en caso de que éste estuviese disponible).

    Su operación, debido a su limitada vida útil, debería estar sincronizada con el lanzamiento de los dos N-1 que intervendrían en la misión humana de exploración, de modo que era conveniente ensayar antes, in situ, la actuación de uno de estos vehículos. El papel de los Lunokhod era lo bastante importante como para justificar el envío con antelación de una o más unidades, y esto es lo que se pretendía hacer el 19 de febrero de 1969 y quizá en una fecha posterior. Una vez sobre la Luna, maniobrarían para fotografiar el lugar de aterrizaje seleccionado para la llegada de los cosmonautas.

    El vector Proton 8K82K/Bloque D (239-01) transportaría la primera E-8 (201), compuesta por un módulo de descenso y el correspondiente robot móvil Lunokhod (8EL-201).

    Las cosas, como hemos dicho, no salieron nada bien. Debido a lo que se supone un fallo en la propia carga útil, ésta envió una señal al sistema de autodestrucción del cohete cuando el Proton aún se encontraba sobre la rampa de lanzamiento, esperando la partida. La consecuente e inesperada explosión acabó con ambos. En vista de los acontecimientos que se desencadenarían a partir de entonces, ningún otro Lunokhod intentaría volar hasta finales de 1970. más

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