SE ACABO LA ESPERA

    Olvidada la tragedia del Apolo-1 y con los rusos pisándole (aparentemente) los talones a la N.A.S.A., el Apolo-7 debía erigirse sobre toda América como el ave Fénix que resurge de sus cenizas; tal era la importancia suprema de esta misión, ya que si no se conseguía validar la cápsula para su ocupación humana, no habría viaje a la Luna del Apolo-8 y los soviéticos probablemente ganarían la etapa de la circunvalación.

    Cuando Walter Schirra, Donn Eisele y Walter Cunningham penetraron en el interior de su nave espacial (CSM-101) el 11 de octubre de 1968, sintieron sobre ellos una enorme responsabilidad. Los tres hombres debían haber volado en el Apolo-2, durante un vuelo orbital de larga duración a bordo de la versión Block I de la cápsula. Este modelo, que de todas maneras debía ser reemplazado por el Block II durante el Apolo-3, fue dejado de lado tras el accidente que acabó con la vida de Grissom y sus compañeros. El Apolo-7 usaría directamente el Block II, el cual incorporaría además las mejoras recomendadas por el informe que había investigado lo sucedido con el Apolo-1.

El escudo del Apolo-7 (Foto: NASA)Los astronautas Walter Cunningham, Walter Schirra y Donn Eisele (Foto: NASA)

La primera etapa del Saturn-IB, durante el ensamblaje del cohete (Foto: NASA)La cápsula es instalada en la cúspide del cohete (Foto: NASA)

    El despegue del Apolo-7 desde la rampa 34 de Cabo Kennedy se llevó a cabo gracias a un cohete Saturn-IB (AS-205). Su misión orbital, que carecía del Módulo Lunar, no precisaba de la potencia de un Saturn-V.

    Los objetivos que debían llevar a cabo eran simples: la propia nave era el experimento. La Apolo tenía que demostrar que podía volar con seres vivos en su interior, y también que podía maniobrar para acercarse a la etapa superior S-IVB y unirse al Módulo Lunar situado sobre ella, en la zona de carga. Como en esta ocasión el L.E.M. no viajaba a bordo, se instaló en su lugar una maqueta del sistema de acoplamiento (T.D.A.).

El Apolo-7 espera el momento del despegue (Foto: NASA)El lanzamiento del Apolo-7 (Foto: NASA)

(Escucha el lanzamiento de la misión Apolo-7)

El centro de control vigila el ascenso (Foto: NASA)La segunda etapa del cohete se separa del Apolo-7 (Foto: NASA)

    El ascenso se efectuó de manera perfecta. Las modificaciones en el motor J-2 de la S-IVB resultaron adecuadas, lo que aumentó la confianza de que ocurriera lo mismo durante el próximo Saturn-V. Después de la expulsión del combustible sobrante, se efectuó la separación entre la segunda etapa y la cápsula Apolo. En ese momento, los astronautas hicieron girar su nave 180 grados, para simular un acercamiento y acoplamiento con el Módulo Lunar. La maniobra resultó algo complicada porque uno de los cuatro "pétalos" que cubren la zona de carga donde se hallaría el L.E.M. no se abrió por completo. La aproximación total fue entonces abandonada para evitar el riesgo de una colisión.

    Al día siguiente, habiendo volado en formación durante muchas órbitas, ambos vehículos se separaron hasta perderse de vista. Los astronautas utilizarían a partir de entonces a la inerte S-IVB como objetivo pasivo, simulando la persecución de un Módulo Lunar que hubiera perdido toda capacidad de maniobra. Si esto ocurriese alrededor de la Luna, la nave Apolo debería ser quien fuera al encuentro de los astronautas recién ascendidos desde la superficie.

Schirra, en el interior de la nave (Foto: NASA)La Tierra vista desde el espacio (Foto: NASA)

    Durante estas primeras horas del viaje, las relaciones entre los ocupantes del Apolo-7 y el control de tierra no siempre se desarrollaron en un tono cordial. Los astronautas se mostraron irritables por los constantes cambios de plan. Una transmisión televisiva, la primera del programa espacial americano, sirvió como detonante. Una de las razones de su malestar fue un resfriado que pasó desapercibido por todos, incluso para los médicos.

    Las siguientes horas contemplaron varios encendidos del motor del Módulo de Servicio, así como un pequeño susto durante el cual la cápsula Apolo pareció quedarse sin producción de energía eléctrica. El problema estaba relacionado con los ventiladores que actúan en el tanque de oxígeno de las células de combustible.

    Realizado un nuevo cambio de órbita, se perdió el contacto con la nave durante un cuarto de hora, mas el fallo se encontraba en la red de seguimiento terrestre. El resto del viaje transcurrió entre pequeñísimas anomalías que no hicieron sino simular mejor el comportamiento de la Apolo en condiciones extremas.

Después del amerizaje (Foto: NASA)Los astronautas saludan a las fuerzas de rescate (Foto: NASA)

    La reentrada se llevó a cabo de la forma prevista. Al principio, los astronautas se negaron a colocarse los cascos de los trajes espaciales ya que en ese caso no podrían eliminar las mucosidades generadas por el resfriado. Temían que su acumulación y un cambio de presión pudiera dañar su oído interno. Finalmente, tomaron una píldora para descongestionarse poco antes del descenso y aceptaron colocarse el resto de la escafandra.

    El 22 de octubre, el Módulo de Mando se posaba en aguas del Atlántico, a unos 12 kilómetros de uno de los barcos de rescate. Su primera posición estable fue la invertida, lo que provocó que Eisele vomitara. Cuando el escudo térmico se enfrió, pudieron hincharse los globos que colocaron la nave en la postura normal. Finalmente, los astronautas fueron hallados con dificultad debido a las nubes bajas.

    Atrás quedaban 163 revoluciones y el convencimiento de que la astronave podía afrontar su próximo reto: el viaje hacia la Luna. Poco a poco, la N.A.S.A. empezaba a tener listos todos y cada unos de los sistemas del ambicioso programa. A la espera del módulo lunar, el elemento mecánico que más problemas había hallado durante su desarrollo (circunstancia seguramente proporcional al grado de protagonismo que adquiriría un año después), la agencia tenía ya todo lo necesario para afrontar la circunvalación de nuestro satélite.

    El 11 de noviembre, Thomas Paine, el nuevo administrador de la N.A.S.A., confirmaba que, si otra circunstancia no lo impedía, el Apolo-8 volaría en diciembre hacia la Luna. Ante este panorama, los soviéticos no podían sino maravillarse de la audacia americana. Su único remedio frente a esta situación consistiría en proseguir con su propio calendario de ensayos.

    Después de los vuelos automáticos, aún era necesario demostrar que una Soyuz tripulada podía unirse a otra, simulando el encuentro con el módulo lunar LK. Además, la presencia de cosmonautas serviría para evaluar su inclusión a bordo de la L-1 que competiría con el Apolo-8.

Georgi Beregovoi (Foto: Mark Wade)    En esta ocasión, sin embargo, los responsables del programa soviético fueron mucho más cautos. Sólo una de las Soyuz estaría tripulada y por tanto no se produciría una transferencia múltiple de cosmonautas entre una nave y la otra. Estaba previsto un paseo espacial, pero sólo si todo iba bien. La máxima prioridad estaba ahora centrada en el vuelo circunlunar y no era necesario arriesgar más vidas humanas.

    La Soyuz-2 fue la primera en dirigirse al espacio. Lo hizo, sin nadie a bordo, el 25 de octubre, gracias a un cohete 11A511. La Soyuz 7K-OK número 11 alcanzó una órbita baja de 191 por 229 kilómetros, donde esperaría la llegada de su compañera. Su lanzamiento, además, no sería anunciado hasta que esto ocurriera. Los soviéticos no querían propiciar ninguna especulación sobre la naturaleza de su misión.

    La Soyuz-3 partiría al día siguiente como estaba previsto. En el interior de la cápsula 7K-OK número 10 se encontraba Georgi Beregovoi, un piloto sumamente competente que debería supervisar la maniobra del acoplamiento.

    El hecho de que la nave activa volase después de la pasiva respondía a una cuestión de lógica que antes se había ignorado por la ausencia de tripulantes. Si la Soyuz-2 hubiera fallado en su intento de alcanzar el espacio, Beregovoi se hubiese quedado en tierra. En cambio, si el cosmonauta ya hubiese estado en órbita, su misión se habría visto desagradablemente recortada.

    Antes de finalizar la primera órbita, el radar de la Soyuz-3 ya había encontrado a su objetivo. El sistema automático permitió una aproximación perfecta. A pesar de eso, la unión no se haría bajo el gobierno del ordenador. Beregovoi tendría que lograrlo por sí mismo, simulando lo que podría ser necesario llevar a cabo en órbita lunar.

Un cohete Soyuz con su carga se dirige hacia la rampa de salida (Foto: MM)    A unos 200 metros de distancia, el cosmonauta cogió los mandos e intentó maniobrar. Sin embargo, el acoplamiento no se produjo, aparentemente porque su nave no permanecía alineada con el puerto de atraque de la Soyuz-2.

    Sin desesperar, volvió a intentarlo. Apartó su vehículo y lo dejó a más de 500 kilómetros de su objetivo, para dejar que el ordenador se hiciese cargo de la aproximación final. Llegados a los reglamentarios 200 metros, volvió a accionar el sistema manual... con los mismos resultados.

    Interrogado al respecto, Beregovoi se mostró satisfecho por el comportamiento de la nave y auguró buenas perspectivas en cuanto a la utilización del sistema, si bien todo indica que su falta de pericia en el gobierno de los equipos de maniobra impidieron la unión en las dos ocasiones.

    El 28 de octubre, la Soyuz-2 regresaba a la Tierra y era recuperada en territorio soviético. Beregovoi, que realizó diversas observaciones de la superficie de nuestro planeta, permaneció en el espacio hasta el día 30. Alejando el fantasma de Komarov, su módulo de descenso penetró en la atmósfera de forma controlada y extendió sus paracaídas tal y como estaba previsto. El aterrizaje fue tan suave que el pasajero apenas se dio cuenta de ello.

    En Moscú, no todo el mundo estaba completamente satisfecho. La Soyuz había funcionado como se esperaba, pero el acoplamiento perfecto entre dos de estas cosmonaves era aún una asignatura pendiente que había que aprobar. Si la tripulación no era capaz de unir su nave al futuro módulo lunar, operación análoga a la de acoplar dos Soyuz, ¿cómo era posible programar con seguridad la fecha del alunizaje soviético?

 

AHORA O NUNCA

    Mientras se evaluaban las dificultades que habían impedido el acoplamiento anterior, el momento de inercia, imparable, se trasladaba al programa circunlunar. El objetivo era "sencillo", repetir la misión de la Zond-5, pero efectuando una reentrada controlada sobre territorio soviético, esta vez dentro de los límites físicos tolerables por la fisiología humana.

    Convencido de la competencia tecnológica de la nave, Chelomei ordenó el lanzamiento de la 7K-L1 número 12. Su éxito podría abrir de forma definitiva las puertas a la consecución de la primera circunvalación tripulada.

    La Zond-6 despegó desde Baikonur el 10 de noviembre de 1968. Su vector Proton 8K82K (235-01) la colocó inicialmente en una órbita de aparcamiento baja (210 por 185 kilómetros), para después, tras unos minutos en espera, accionar el Bloque D en pos de la necesaria velocidad de escape. El día 12, la Zond efectuaba la maniobra de corrección que garantizaría su aproximación a la superficie lunar.

    El 14 de noviembre, la primera parte de la misión estaba cumplida: la nave consiguió sobrevolar la Luna a una distancia mínima de 2.250 kilómetros. Como si quisiese demostrar la veracidad de su aventura, la cámara que transportaba a bordo empezó a tomar fotografías de la superficie que después transmitió a la Tierra. Al mismo tiempo, el vehículo encaró con decisión su trayectoria de retorno libre, una ruta segura que lo llevaría de regreso a casa.

El lugar donde se ensamblan las piezas de los cohetes Proton (Foto: MM)    Entre los instrumentos instalados en el interior de la Zond-6, además de los que ya habían acompañado a su predecesora, se encontraban un detector de partículas meteóricas, varios dosímetros termoluminiscentes y otros de emulsión nuclear. Todos ellos funcionaron bien durante la fase de aproximación. Los datos que obtendrían serían esenciales para demostrar que los hombres que serían enviados en el futuro no resultarían dañados por la radiación cósmica ni por los meteoritos que abundan en el espacio interplanetario. La cámara, por su parte, obtuvo imágenes estereoscópicas de varios objetivos lunares (se realizaron dos sesiones distintas de fotografía) y terrestres. A destacar algunas fotografías espectaculares de nuestro planeta azul sobre el limbo de su satélite, semejantes a las que captaría la tripulación del Apolo-8 y que tanta fama obtendrían. La carga biológica (insectos, plantas...) fue también sometida a experimentos de variada índole.

    Ya de regreso hacia la Tierra, una de las válvulas que mantenían la presión interna de la cápsula de descenso falló y la cabina se vació de aire. Esto hubiera supuesto la muerte de cualquier tripulante humano que no hubiera vestido un traje estanco, pero el hecho fue considerado sólo como una anomalía menor que habría que revisar.

    Los ingenieros habían previsto dos maniobras de corrección de curso en vez de una para obtener una mayor precisión en el guiado de la nave. No querían que otro error la llevara a reentrar sobre una zona alejada de suelo soviético. La primera de ellas se efectuó a medio camino entre la Luna y la Tierra (día 16), y la última poco antes de la reentrada (día 17).

    Efectuada esta corrección final, la Zond-6 se aproximó a nuestro planeta sobrevolándolo por encima del Polo Sur. La primera zambullida en la atmósfera se hizo a unos 45 kilómetros de altitud, sobre el Océano Índico. Para entonces, los especialistas occidentales ya conocían cuál era su trayectoria y se dio por hecho que la cápsula habría amerizado al sudeste de Madagascar. Nada más lejos de la verdad, ya que después de frenar suficientemente gracias al rozamiento con el aire, la cápsula fue redirigida. La velocidad residual y la superficie de contacto ofrecida en dicha posición por la Zond la hicieron elevarse de nuevo hasta que fue posible reentrar de forma definitiva. La maniobra la había desplazado lo suficiente como para colocarla en una trayectoria de descenso sobre la Unión Soviética, disminuyendo al mismo tiempo su velocidad de 11 a 7,6 kilómetros por segundo.

Uno de los primeros N-1 es situado en posición vertical (Foto: Mark Wade)    Los paracaídas debían encargarse de reducir la velocidad del último tramo de descenso, haciéndola impactar suavemente contra el suelo. No obstante, su precipitado desprendimiento (son separados antes de que la nave se pose físicamente para evitar que caigan sobre la escotilla de salida) provocó un aterrizaje mucho más violento de lo esperado.

    Era el 17 de noviembre de 1968 y la efectividad del "rebote" atmosférico procedentes de un viaje lunar había quedado demostrada. La nave había permanecido siempre bajo aceleraciones tolerables por el ser humano (de 3 a 4 Gs), garantizando la supervivencia de una posible tripulación, pero la realidad había tenido también su lado amargo: el choque final y el problema de la despresurización en vuelo no eran cuestiones banales. La cápsula había sido recuperada estructuralmente dañada por el golpe, así que fue devuelta a Moscú para su estudio y verificación. Bastó echar un vistazo a su interior para comprender que los únicos experimentos que resistieron el regreso fueron aquéllos que permanecían en el interior de envoltorios metálicos. Una situación potencialmente peligrosa que impediría por ahora la inclusión de cosmonautas en el próximo vuelo.

    Las agencias de prensa y en particular la agencia TASS anunciaron al mundo el enorme éxito de la misión. Fue la propia TASS quien, el 23 de noviembre, reconocía oficialmente que las Zond-4, 5 y 6 no eran sino precursoras de un sistema lunar tripulado que debería llevar a un par de hombres alrededor de la Luna antes de finales de año. Los secretos ya no era necesarios: los dirigentes del programa soviético debían estar suficientemente convencidos del acierto de su diseño y de la inminencia de la misión como para anunciar de forma tan clara los objetivos de lo que hasta entonces había estado rodeado de un gran misterio.

    A la hora de la verdad, las modificaciones que resolverían los contratiempos a los que había tenido que enfrentarse la Zond-6 impedirían un lanzamiento, tripulado o no, en diciembre. La siguiente L-1 quedaría programada para enero de 1969, de modo que si el Apolo-8 tenía éxito, la batalla por la circunvalación habría terminado.

 

    El anuncio de las autoridades comunistas significó un cierto alivio para la N.A.S.A., que ya había creído que la Zond-6 podría haber viajado habitada. TASS la había calificado de gran éxito, de modo que la U.R.S.S. parecía lista para disputar la corona del primer ser humano alrededor de la Luna. Todas las cartas se desvelarían en diciembre, momento de la apertura de la próxima ventana de lanzamiento. Sólo habría que esperar unas semanas para saber cuál era el desenlace de la historia.

El N-1 3L, sobre la rampa de lanzamiento (Foto: Mark Wade)    Las leyes de la gravitación universal, de forma poco objetiva, otorgaban a uno de los rivales una pequeña ventaja inicial. La Unión Soviética tenía el saque a su favor y también la oportunidad de tirar para ganar.

    En Baikonur, mientras tanto, los técnicos se afanaban en poner a punto el primer cohete N-1 (3L). El Saturn-V tenía ya dos misiones en su haber, ambas considerablemente exitosas, de modo que había que hacer lo posible por recortar tan importante ventaja. Al igual que le ocurriera a la N.A.S.A., poner sobre la rampa de despegue al primer vehículo no sería cosa fácil. Innumerables problemas de todo tipo surgieron por doquier, haciendo perder la paciencia a algunos de los responsables del programa. También al igual que le pasó a la N.A.S.A., los elementos de la carga útil del cohete se habían retrasado más tiempo del debido. En concreto, el módulo lunar LK tardaría aún en estar a punto, lo que obligaría a improvisar una primera misión sin éste a bordo. De todas formas, este vuelo no debía ser tripulado, así que los técnicos prepararon una carga híbrida, compuesta por diferentes piezas del programa lunar. Por ejemplo, la ya mencionada L-1S ("S" de "simplificada") consistía en una sencilla nave circunlunar L-1, en esta ocasión unida a un módulo de propulsión superior perteneciente a la nave 7K-LOK, lo que permitiría ensayar su maniobrabilidad.

    Para aprovechar el tiempo, y mientras se ensamblaba el vehículo 3L, se unió la carga útil L-1S (la misma que había pertenecido al vector 4L, ahora desguazado) a la maqueta del N-1 que ya había sido empleada en diversas ocasiones. La 1M1 fue colocada sobre la rampa de lanzamiento el 15 de noviembre, permitiendo probar la compatibilidad de la carga con la zona de despegue.

    El N-1 3L, sin la cosmonave que debería transportar (aún sobre la maqueta), también sería colocado en la zona de lanzamiento el 26 de diciembre, pero sólo para ensayar sus motores. Casi de forma simultánea, los trabajadores de Baikonur terminaban la construcción de la segunda rampa (110 Oeste).

    En enero de 1969, el cohete 3L volvió al hangar, donde recibiría su carga L-1S. Muy pronto estaría preparado para su vuelo inaugural. Para entonces, sin embargo, el clima lunar habría variado mucho... más