CAPITULO 5
LA HORA DE LAS APUESTAS

 

"Máxima admirable: no hablar de las cosas hasta
después de que estén hechas".

-Montesquieu (1689-1755).

 

    Es ésta una época histórica. Dos superpotencias militares y tecnológicas se hallan enzarzadas en una mítica carrera espacial: la llegada del Hombre a la Luna. Para asistir en tan atrevida causa, los vehículos automáticos, al servicio de la inventiva humana, viven su época dorada. Cada lanzamiento está cuidadosamente planeado para sacar el mayor partido posible a estas breves pero fantásticas oportunidades de escrutar la superficie de nuestro solitario vecino. Al mismo tiempo, ha llegado el momento de empezar a ensayar todos y cada uno de los elementos que tendrán una destacada participación en la fase tripulada del programa.

PRIMEROS ENSAYOS SOVIETICOS

El cohete 11A511 se emplearía para lanzar la Soyuz (Foto: NASA)    Las noticias que llegaban desde América no dejaban lugar a dudas: la N.A.S.A. estaba haciendo grandes progresos. Las sondas Surveyor habían empezado a posarse sobre la Luna; la cápsula Apolo entraba en su última fase de pruebas; su predecesora, en el programa Gemini, había cumplido todos los objetivos previstos y la agencia poseía ya experiencia en el acoplamiento de naves espaciales, paseos extravehiculares, maniobra orbital...; los prototipos del cohete Saturn habían empezado a volar sin fallos; etcétera.

    En la U.R.S.S., como hemos visto, los planes eran igualmente variados, pero el tiempo para completarlos se terminaba. Había que verificar de inmediato los elementos de la misión lunar o se corría el riesgo de que un error grave en el diseño, descubierto de forma tardía, retrasase de forma intolerable todo el proyecto. Por desgracia, el cohete N-1 distaba aún varios años de ser probado en vuelo, y el vector Proton no había sido lanzado en su configuración definitiva (cuatro etapas). Mientras se solucionaba esto, Vasily Mishin decidió usar una versión mejorada del cohete empleado durante los vuelos Voskhod (11A57) para lanzar en órbita baja los primeros ejemplares de las naves que responderían al nombre de Soyuz.

    Las Soyuz 7K-OK, el auténtico legado de Korolev, eran la base de múltiples versiones que debían utilizarse en el marco de diversos programas, civiles y militares. Por lo tanto, su buena actuación era condición indispensable para avanzar en el camino correcto, ya fuera hacia la Luna o hacia las estaciones espaciales.

    La Soyuz no sólo debía probarse a sí misma en vuelo, a bordo del vector 11A511, sino desgranar de forma automática lo que más adelante tendrían que hacer dos naves tripuladas: la unión en el espacio. La maniobra tenía una explicación lógica, y es que, como ya habían hecho las Gemini americanas, el encuentro y acoplamiento eran metodologías que se emplearían a menudo durante el viaje a la Luna. Por un lado, podría ser necesario lanzar el cohete N-1 con su complejo L-3 sin tripulación. En ese caso, un cohete 11A511, más seguro, llevaría a sus futuros ocupantes hasta él, siendo necesario un acoplamiento entre la Soyuz 7K-OK y la Soyuz 7K-LOK. Al mismo tiempo, esta última debería unirse al módulo lunar LK poco antes del regreso hacia la Tierra. Ninguna de estas operaciones podía fallar sin que fracasase la misión, en algunos casos incluso de forma dramática.

    La importancia del acoplamiento quedó reflejada en la orden ministerial del 18 de agosto de 1965, en la que se mencionaba que la primera Soyuz no sería probada en solitario, sino que lo haría desde el primer momento junto a otra, con la cual se uniría en órbita. Esta operación debía llevarse a cabo durante el primer trimestre de 1966. Para entonces, los planes se habían transformado ligeramente: las Soyuz números 1 y 2 se encontrarían en agosto de forma automática; en septiembre o octubre seguirían las números 3 y 4 con hombres a bordo; y en noviembre se repetiría la unión tripulada. Para estas dos últimas oportunidades se empezaron a preparar seis parejas de cosmonautas, entre cuyos componentes destacaba Yuri Gagarin. El héroe, que hasta entonces había sido considerado demasiado importante como para volver a arriesgar su vida, no volaría en la primera ocasión si no era imprescindible. Inicialmente, cada nave debería hacerlo con dos hombres en su interior, pero después se decidió que una de las Soyuz llevara uno y la otra tres. Logrado el acoplamiento, dos de ellos saldrían al exterior para pasar a la otra nave.

    Esta operación, por sí sola, se convirtió en un problema ya que el diseño de la escotilla de salida resultó ser demasiado pequeña para un cosmonauta equipado con la mochila reglamentaria. Por supuesto, se decidió rediseñar la estructura de la Soyuz, pero la modificación no podría entrar en servicio hasta bien avanzado el programa de ensayos. Mientras tanto, los hombres deberían prescindir de su mochila y, en su lugar, llevar el equipo de oxígeno, refrigeración, etcétera, unido a sus piernas, donde el diámetro corporal es menor. Una situación realmente incómoda fruto de la improvisación, que además de poder ocasionar algún accidente, limitaría la movilidad de los paseantes espaciales.

 

    A lo largo de 1966, el primer ensayo de las Soyuz se vería repetidamente retrasado hasta que quedó programado para noviembre, con la misión tripulada lista para debutar en diciembre de 1966. En realidad, nadie creía que pudiera respetarse esta segunda fecha, pero la inminencia de la inauguración del programa Apolo no permitía otras consideraciones.

El interior de la Soyuz 7K-OK (Foto: Mark Wade)    A mediados de noviembre, los candidatos a la misión tripulada se hallaban en plena fase de entrenamiento. El aspecto más importante a ensayar era la salida de la cápsula Soyuz. Con esta finalidad, los cosmonautas fueron embarcados en un avión Tu-104, donde experimentarían diversos vuelos parabólicos. Los breves momentos de ingravidez, repetidos hasta la saciedad, proporcionaron la confianza necesaria para creer que la operación sería posible. En un momento determinado se propuso incluso que uno de los dos cosmonautas que salieran al exterior se alejase una decena de metros de su nave para, con una cámara, filmar a los dos vehículos acoplados. Faltos de tiempo para entrenar este complicado trabajo, se optó por el uso de una pértiga extensible con la correspondiente cámara en el extremo.

    Las tripulaciones barajadas eran Komarov en una nave (con Gagarin como reserva) y Bykovsky, Khrunov y Yeliseyev (con Nikolayev, Gorbatko y Kubasov de reserva) en la otra. Las actividades de entrenamiento se aceleraron, pero no parecía probable un lanzamiento antes del 5 de enero. A pesar de todo, el Gobierno, preocupado por la finalización del proyecto Gemini y la llegada del Apolo-1, el primero tripulado, insistió en adelantar a diciembre el intento.

    Para eso, el acoplamiento entre las dos primeras Soyuz debía ser un éxito. El 25 de noviembre, la comisión correspondiente dio el visto bueno a las cosmonaves 7K-OK-2 y 7K-OK-1, las cuales fueron preparadas para un despegue los días 28 y 29, respectivamente. La número dos oficiaría de vehículo activo (el que buscaría a su compañera y se uniría a ella).

    La coordinación sería fundamental. Una vez se encontrase en órbita la primera nave, la segunda debía partir al día siguiente y alcanzar una ruta de intersección que las situara a una veintena de kilómetros de distancia entre sí. Esto era necesario para proceder a un acoplamiento inmediato, de lo contrario habría que esperar 24 horas ya que las maniobras necesarias para la aproximación llevarían al conjunto fuera del alcance de las estaciones de seguimiento. Si todo iba bien, los controladores probarían el funcionamiento de los dos vehículos en esta configuración durante al menos tres días.

    La 7K-OK-2 despegó desde Baikonur a bordo de su cohete 11A511 durante la tarde del 28 de noviembre. Fue colocada en una órbita terrestre baja (232 por 181 kilómetros) y bautizada como Kosmos-133. En Occidente no se sospechó de la naturaleza exacta de esta nave, en parte porque la etiqueta que la identificaba no dejaba transpirar gran cosa. Bajo este nombre, "Kosmos", se reunían habitualmente misiones fracasadas de otros programas, vuelos de prueba y también todos los lanzamientos militares, lo cual dificultaba a los analistas su caracterización.

Maqueta simple de dos Soyuz acopladas (Foto: Mark Wade)    El vehículo, que tenía una masa aproximada de unos 6.450 kilogramos, había superado la primera fase de su misión con aparente éxito. Sin embargo, alcanzada la órbita, sufrió un fallo en el sistema de control de orientación. La telemetría indicó que el combustible de los motores de maniobra (DPO) se había agotado y que la cosmonave se encontraba girando lentamente sobre sí misma. Frente a tal eventualidad, sería imposible llevar a cabo la unión con la segunda Soyuz, de modo que el lanzamiento de ésta fue cancelado.

    La desilusión fue considerable pero la Kosmos-133 era la primera Soyuz en alcanzar el espacio y era necesario ensayar con ella otras maniobras esenciales, como el regreso a la Tierra.

    Sin los propulsores de maniobra, la tarea no sería fácil, ya que el motor principal SKD necesitaba de éstos para estabilizar la nave durante el retrofrenado. Queriendo evitar su uso, los controladores decidieron emplear el motor de reserva (DKD), equipado con su propio grupo de micromotores. Ante el desaliento de propios y extraños, también estos últimos funcionaron de forma incorrecta: para cada orden de actividad, hacían girar el vehículo en la dirección contraria a lo esperado.

    Inasequibles al desaliento, los controladores diseñaron una estrategia alternativa que evitara la reentrada natural (en unas 39 órbitas) y la consecuente autodestrucción para evitar su caída sobre suelo enemigo. En concreto, decidieron emplear el motor SKD de una forma distinta a como se esperaba que lo hiciera: en vez de actuar durante un minuto y medio, lo haría en ráfagas de menos de 15 segundos. Esto lo haría controlable por otro grupo de pequeños motores laterales (DO) no diseñados para ello.

    Sin embargo, no está claro si la estrategia fue puesta en práctica tal y como había sido diseñada. Existen noticias que indican que a pesar de todo se intentó el retrofrenado completo, pero que otros problemas lo asaltaron, poniéndolo en peligro. Así por ejemplo, la orientación de la nave mediante los diferentes sensores (solares, etcétera) se frustró en varias ocasiones. La falta de orientación correcta, además, evitó varios encendidos o los acortó demasiado.

    Finalmente, el día 30, la velocidad fue reducida lo suficiente como para iniciar la reentrada. Los radares localizaron la nave al principio pero después la perdieron de vista. Analizada su trayectoria, se comprobó que podría estar dirigiéndose hacia China. Siendo esto totalmente inadmisible, es probable que se enviase la orden cifrada de autodestrucción ya que el módulo de descenso de la Kosmos-133 estalló en el aire hacia las 10:21 UTC. Su restos se esparcieron en una amplia zona al este de las islas Marianas. Los ingenieros deberían esperar a otra oportunidad para examinar el buen funcionamiento del escudo térmico ablativo y de los otros sistemas de aterrizaje, esenciales para el viaje seguro de los humanos.

El cohete tractor de emergencia de la Soyuz (Foto: Mark Wade)    Contrariados por lo sucedido, se inició una investigación que finalizó con el descubrimiento de las causas técnicas que habían provocado el fallo del sistema de orientación principal. Se trataba de algo aparentemente sencillo de resolver, así que se decidió enviar en un vuelo en solitario a la Soyuz 7K-OK número 1, la que habría tenido que acoplarse a la Kosmos-133. El vehículo estaría listo a mediados de diciembre y si era recuperado en buen estado el próximo intento de acoplamiento se efectuaría a finales de enero de 1967, ya con hombres a los mandos (Komarov...). A continuación, las Soyuz 7K-OK números 5 y 6 podrían partir para otra reunión orbital con Shatalov, Beregovoi, Volkov y Makarov a bordo. La siguiente misión se efectuaría con la Soyuz número 7, tripulada pero en solitario.

    Llegó pues el día del lanzamiento (14 de diciembre) y todo parecía estar a punto. Sin embargo, tras el encendido del motor central del cohete 11A511, los cuatro aceleradores laterales se negaron a actuar y el despegue fue abortado. Intentado asegurar el vector, el personal de apoyo se acercó a la rampa y manipuló las torres de servicio que lo rodeaban.

    En el preciso momento del inicio del vaciado de los tanques de los propelentes, unos 27 minutos después del lanzamiento fallido, sucedió lo inesperado. El sistema de control de la torre de salvamento, encargado de alejar a la cápsula en caso de accidente, ordenó el encendido de sus motores y la separación de la Soyuz respecto al cohete. Los motivos son inciertos, pero parece que el sistema había detectado el despegue (aunque en realidad fue detenido a tiempo). Al intentar verificar que la nave se encontraba en su trayectoria correcta (algo imposible pues no se había movido de sitio), decidió que esto no era así y que había que alejarla de un supuesto peligro. El encendido de la torre de salvamento desencadenó la tragedia: el combustible de la etapa superior entró en ignición y provocó una grave explosión que acabó con el cohete, dañando la zona de lanzamiento 31. Se produjo al menos una baja entre el personal de soporte y varios heridos.

    Obviamente, los sistemas de emergencia de la Soyuz debían ser mejorados de forma notable antes de que fuera razonable introducir hombres en su interior. A pesar de ello, la torre de emergencia había hecho bien su trabajo y hubiera salvado a sus posibles ocupantes. La cápsula desplegó sus paracaídas y, accionando sus motores de amortiguación, se posó suavemente a un kilómetro y medio del lugar del lanzamiento.

    La reparación de la rampa supondría medio año de trabajo, de modo que las próximas misiones deberían emplear la número 1, la misma que utilizó Gagarin durante la Vostok-1. Lo que también quedó claro fue que ya no sería posible lanzar en enero la doble misión tripulada. Al menos una Soyuz sin cosmonautas debía primero volar al espacio y regresar íntegra, asegurando su buen funcionamiento general.

    Terminaba así 1966. Si bien lo habían planeado, ninguna nave soviética con cosmonautas había alcanzando la órbita terrestre, mientras que la N.A.S.A. había completado con gran éxito su programa Gemini. Una situación cuya auténtica gravedad sólo era conocida en el país comunista.

 

    Mientras esto sucedía, la primera Soyuz 7K-L1P (la versión prototipo para el viaje circunlunar) era colocada sobre un cohete Proton 8K82K/Bloque D, en enero de 1967. No debía ser lanzada al espacio, sólo probar que ambos sistemas eran compatibles. Los ensayos estáticos duraron varios días. Además de la 1P se construirían la 2P y la 3P, prototipos para vuelos en órbita terrestre a bordo del cohete mencionado. Las L-1 números 4 a 10 deberían emplearse en misiones circunlunares no tripuladas y las números 11 a 14 para viajes tripulados a la Luna. Esta distribución sería variada en diversas ocasiones en los meses subsiguientes.

    También se asignaron los primeros cosmonautas a este programa. Como pilotos fueron nombrados Beregovoi, Bykovsky, Gagarin, Khrunov, Komarov, Leonov, Nikolayev, Shatalov y Volynov, y como ingenieros de vuelo lo fueron Grechko, Kubasov, Makarov y Volkov. La inminencia del comienzo de los vuelos de prueba de la 7K-L1 les obligaría a entrenarse a fondo para un eventual viaje hacia la Luna.

    En Moscú, la actividad tampoco cesaba: el 4 de febrero se publicaba una resolución del Gobierno que ratificaba el desarrollo de los programas circunlunar y de alunizaje. Alarmado por los progresos de los americanos, que se disponían a lanzar su primera misión tripulada a bordo del cohete Saturn-IB (Apolo-1), se apresuró a aprobar el inicio de los ensayos L-1 con una hipotética primera misión tripulada en junio. Para la combinación N-1/L-3, se esperaba empezar a construir el material de vuelo a finales de 1967. Se definió asimismo el calendario de pruebas del cohete N-1 (primer lanzamiento en marzo de 1968) y se pronosticó un alunizaje tripulado a finales de ese mismo año.

Estatua dedicada a Chelomei (Foto: Mark Wade)    Por fin, el programa soviético, en sus dos vertientes, obtenía la calificación de máxima prioridad. La N.A.S.A., como sabemos, disfrutaba de ella desde hacía seis años. El tercer ensayo de una Soyuz 7K-OK, además, no permitiría reducir esta ventaja de forma significativa.

    Chelomei, haciendo valer su veteranía respecto a Mishin, había sido asignado para supervisar este vuelo. Aunque Mishin creía que serían necesarios varios vuelos orbitales no tripulados para certificar la seguridad de la cosmonave, Chelomei había decidido realizar sólo uno más. Después, llegarían las pruebas con hombres a bordo (controlando el acoplamiento entre dos naves Soyuz) y, si el Proton estaba listo, el viaje circunlunar en la fecha prevista originalmente (octubre de 1967).

    El mencionado tercer ensayo de la Soyuz 7K-OK se efectuaría el 7 de febrero de 1967. El lanzamiento, desde los fríos parajes del Kazajstán, en Baikonur, se desarrolló normalmente. Sin embargo, el cohete 11A511 situó a la cápsula, bautizada como Kosmos-140, en una órbita tan baja (241 por 170 km) que no permitió una estancia demasiado prolongada en el espacio. Como su antecesora, experimentó problemas de orientación. Su control desde la Tierra fue difícil y supuso un consumo de combustible excesivo. Finalmente, pudo ser dirigida, aunque el encendido del retrocohete para propiciar el regreso a casa se efectuó en una dirección inexacta, provocando una reentrada demasiado violenta.

    Cuando el personal de tierra examinó la cápsula, el 9 de febrero, tuvo que aceptar que la prueba no había respondido a las expectativas de Chelomei. En concreto, los ayudantes de Mishin comprobaron que el cordaje de los paracaídas se había parcialmente quemado durante la reentrada y se observaron problemas en los sistemas de control de temperatura, propulsión y maniobra. Adicionalmente, se había producido un agujero de 30 centímetros en la base del escudo térmico, donde se había instalado una escotilla auxiliar (una medida muy criticada por algunos ingenieros). Esto hubiera matado a cualquier tripulante vivo. La trayectoria de descenso, anómala, la había llevado hasta el Mar de Aral, congelado en esta época del año, a centenares de kilómetros de distancia del punto elegido para el aterrizaje. Las fuerzas de rescate tuvieron que capturarla a unos 10 metros de profundidad, ya que el agua penetró por el agujero y la inundó.

    Disgustado, Chelomei decidió "huir hacia adelante" y empezar a usar el cohete Proton en combinación con la cápsula L-1. Los cambios y mejoras se implementarían pero ya no se probarían en órbita baja sino durante las simulaciones del futuro vuelo de circunvalación lunar. Además, la próxima Soyuz 7K-OK llevaría hombres en su interior, dispuestos a intentar el ansiado acoplamiento. más